Protagonistas

Las gotas de agua como una fina cascada fluían presurosas desde la ducha humedeciendo el cuerpo. Se derramaban sobre la nuca y la cara deslizándose hacia la espalda y el cuello. Desde sus pechos firmes acariciaban el abdomen, rozaban su entrepierna y saltando desde las  rodillas goteaban generando un  musical tintineo en el piso.



El jabón, cremoso y perfumado, cumplía su tarea. La espuma blanca con un ligero reflejo rosado, acariciaba la textura de su piel. Recorría las axilas, el interior de las nalgas, los diminutos pies.

El jabón sabia que su vida seria corta, proporcional a la cantidad de baños que su dueña tomase, un mes tal vez o menos. Pero. Trataría de resistir el embate del tiempo esforzándose en su tarea, siendo eficiente sin desgastarse.

Aferrado a su mano, temeroso de precipitarse al suelo. Temor de repetir aquel episodio que  gracias a la atenta reacción del soporte de la pared, no sucedió.

Sin embargo estaba seguro que la culpa la tenia la jabonera. La única misión de ese objeto inerte era ser su alojamiento marcándole los surcos que impedían en parte deslizarse mientras realizaba su trabajo. No se llevaba bien con ella pero era su hogar transitorio durante el día.

La espuma blanquecina abandonaba el cuerpo perdiéndose en las aberturas de la rejilla.

El  champú supo que llegaba su turno, estaba listo.

El envase colorido y pretencioso albergaba en su interior todas las propiedades para que el pelo luciera luminoso -como bañado por los rayos de un sol de verano- decía la etiqueta.

Por eso, el liquido espeso se sentía protagonista del baño. Se jactaba de sus nuevos emolientes naturales, aceite de almendras, nueva formula  y otros tantos atributos que no eran mas que espuma que se escurría con cada enjuague.

La llave de la ducha se cerró, la bata de algodón se arremolinó en el cuerpo aun tibio protegiéndolo de la diferencia de temperatura.

La toalla de mano hizo lo propio. Luego de un paso delicado por el cabello se envolvió como una especie de turbante.

Las cremas y el maquillaje esperaban su turno. El secador completó la tarea asistido por el peine grueso que con suaves movimientos desataba los entrecruzamientos del pelo húmedo. El acondicionar, que habría facilitado su tarea, quien sabe por que motivo, yacía abandonado en el estante.

El cepillo entró en acción. Con un movimiento circular le fue dando forma a lo que mas tarde se transformaría en un peinado. Estaba demasiado corto para su gusto y le costaba darle volumen. El secador se apagó.

Era el turno de la crema humectante. Estabilizada en los dedos mayores se deslizó sobre el rostro aun húmedo esparciéndose orgullosa en movimientos circulares. Sus propiedades eran muchas pero la mas importante era aportarle la necesaria capa de filtro solar que protegería la piel durante el día.

Las sombras para los ojos, el delineador, no serian necesarios, no era un día propicio.

Se sintieron ignorados, como si fuesen culpables de vaya a saber que circunstancia ajena a ellos. Esperarían pacientemente mejores momentos.

Mientras tanto dentro del vestidor  la ropa interior, las medias de seda, los vestidos que venían perdiendo la batalla con los pantalones, las camisas de diferentes colores esperaban ansiosos pretendiendo formar parte de la combinación de ese día.

 A sus pies los zapatos negros, las sandalias blancas y rojas, las olvidadas pantuflas envidiosas de la alfombra mullida recién instalada que las hacían inservibles.

El café permanecía humeante, la taza esperaba ansiosa recibir el calor y el aroma tan familiar que cada mañana llenaba su contenido.

La tostadora se encendió pero esa mañana no habría tiempo para las tostadas crujientes emergiendo de su interior. El pan se mantuvo en su envoltorio resignado. El queso blanco y la jalea de membrillo deberían esperar al reparo de la heladera hasta el día siguiente.

El café recorrió presuroso la garganta dejando a su paso el sabor reconfortante en las papilas gustativas.

La cartera y el chal saltaron a su brazo y las llaves tintinearon atrayendo su presencia.

La puerta se cerró, las cortinas ocultaron el sol de la mañana que pretendía ingresar para darle vida al departamento oscuro. Cada uno en su lugar quedaron pendientes de su regreso para repetir día tras día su orgullosa tarea.

La luz del baño se mantuvo encendida.

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