¿Qué te lo diga? ¿Decirte lo que siento? Como pretendés que lo ponga en palabras. Si lo hago dependerá de cómo lo interpretes o de la forma en que me exprese. Si lo verbalizo, sonará como un disco rayado, un gemido inentendible.
Lo que siento es una maraña indescifrable, un conjunto de claves encriptadas que cubren mi inseguridad. Una sensación que hace vibrar mi cuerpo en otra frecuencia, una mezcla de placer y frustración que serpentea por mis venas y eriza mi piel. No me pidas que te diga lo que vos misma deberías inferir cuando te perforo con la mirada, cuando mis manos te rozan. Para que agotar palabras que solo respondan a una pregunta que satisfaga tu curiosidad o que te ayude a salir de esta situación incómoda. No finjas, puedo percibirlo, tampoco me lo digas, sería infame de mi parte pedirte lo que no puedo hacer.
¿Te acordás cuando nuestras miradas se cruzaban y sabíamos al instante lo que el otro estaba pensando? Con un gesto desatábamos torrentes de pasión, momentos de intimidad, no necesitábamos palabras para disfrutar de una mañana luminosa tomados de la mano. Éramos como cualquier pareja enamorada pero nosotros encontrábamos en el silencio, una conexión singular.
Y ahora lo que te enamoró de mí te fastidia, mis virtudes son manías y querés que modifique hasta mi manera de expresarme. Y aun si me esforzara, tampoco sería suficiente. No me pidas que sea como nunca fui, así me conociste, no puedo someterme a tu egoísta exigencia. Tuviste la oportunidad de cambiar y en cierta forma te envidio, pero eso no te da derecho a humillarme.
Tampoco somos tan originales, ni nuestra condición nos exime del fracaso. Estamos juntos pero no unidos. Compartimos la cama y el desayuno pero eso no nos hace almas gemelas. Terminamos siendo una burda expresión de lo que fuimos, actuamos una realidad que solo habita en nuestro pensamiento, vivimos la vida de otro.
Me quedo con los recuerdos, cuando los gestos que le imprimíamos a nuestras facciones allanaban el camino para transmitir lo que nos pasaba. Las manos se transformaban en la herramienta infalible de nuestra comunicación. Cruzar los brazos sobre nuestro pecho era suficiente para expresar nuestro amor. Así nos enseñaron y de esa forma nos comunicamos.
Sordos y mudos como los demás, solo que esa realidad habitaba en nuestro cuerpo. Es para mí y era para vos la limitación que nos impedía relacionarnos con otra gente. Vos tuviste la oportunidad de repararte, de ser una persona normal, tu oído escucha y tu lengua recuperó el sabor dulce de las palabras, yo me quedé hundido en el silencio.
En fin, no somos tan diferentes. Los que oyen y pueden hablar, también esperan un milagro. Las palabras gastadas se topan con el muro de la incomprensión, intentan sin resultado volver hacia atrás y ante el inevitable fracaso, como a nosotros, los gana el silencio.
Muy bueno, sentido y de escritura contundente… Parce un monólogo teatral, lo cual, no es poco…. Abrazo