Y al fin llego el día de mi suicidio. La idea rondaba por mi cabeza mucho antes de que Laura decidiera abandonarme. Cuando lo hizo sentí pena por ella, si hubiese esperado solo el tiempo que necesitaba para tomar la decisión de quitarme la vida, se hubiese ahorrado el cursi discurso de despedida.
-Mientras duró fue hermoso-, -No sos vos, soy yo-. Poco original para terminar una relación.
Aunque lo nuestro había alcanzado su apogeo (negativo en este caso) no me lo esperaba. Esa mañana me encontraba concentrado en mi trabajo y en la nueva asistente que no dejaba de mirarme.
Laura se asomó a mi oficina golpeando tímidamente la puerta que siempre mantengo abierta, especialmente ese día en que la nueva empleada paseaba sus atributos por el pasillo.
Mi hasta ese momento novia conviviente (me cuesta decir concubina), lucía un vestido color salmón que hacía juego con sus zapatos de tacos altos y plataforma elevadísima que dada sus dimensiones parecía una rampa de lanzamiento.
La puerta entreabierta le permitió asomarse y por cortesía o para suavizar el desenlace de nuestra última conversación, me pidió permiso para entrar. La generosa medida de la puerta le permitió pasar sin inconveniente.
Mientras se acercaba mi imaginación transformó su humanidad en una torta de casamiento. Un pastel de tres pisos sostenido por sus piernas robustas a manera de columnas. Las voluminosas caderas eran la base donde descansaba una rueda de masa rellena de crema pastelera que le llegaba hasta el cuello donde la papada sostenía su cara regordeta.
Es que Laura, impulsada por una glotonería desaforada había crecido a lo ancho. Arrasaba cuanta comida encontraba a su paso y la debilidad por los dulces y la falta de actividad física habían redondeado su cuerpo. Los años y la gravedad fueron completando el espectáculo que cada día contemplaba absorto.
Yo había decidido terminar con la relación y el suicidio era una buena alternativa para no tener que lidiar con lo trágico de la ruptura. Que Laura se me hubiese adelantado fue un alivio, pero me quedó el sabor amargo de no haberme hecho cargo y decirle lo que hacía mucho tiempo me atormentaba.
Mi amor se mantenía intacto como el primer día, no me importaba el cambio físico, yo también había cambiado, tenía menos pelo, ya no frecuentaba el gimnasio y los sucesivos problemas en la empresa habían modificado mi humor. Pero mis deseos de volver a ser una persona libre se debían a una cuestión de convivencia.
A medida que la humanidad de Laura aumentaba mis espacios se fueron reduciendo hasta pasar a ser solo un apéndice de ella.
En la cama los porcentajes de ocupación de la misma jugaban en mi contra. Fui cediendo todo lo que pude hasta ocupar solo el diez por ciento del espacio. Para no despertarla me acomodaba en el borde del colchón, permanecía la mayor parte de la noche despierto y atento al peligro de morir aplastado.
No menos estresante era movernos en la reducida cocina. Nos turnábamos para abrir la heladera y más de una vez quedamos trabados entre el cajón de los cubiertos y el horno.
Cuando me sentaba a mirar tele y ella decidía acompañarme mi lugar en el sillón además de reducirse se elevaba, dejando mis piernas colgando como si fuese un niño de cinco años.
Aquellas noches en que no tenía más alternativa que ceder a sus deseos de hacer el amor, su humanidad me absorbía. En más de una oportunidad estuve a punto de asfixiarme y solo por mis alaridos, que Laura los percibió como que había llegado al éxtasis, lograron salvarme.
Todo esto que estoy relatando minaron mi autoestima y mis finanzas, la cuenta del supermercado crecía cada día más lo que me obligó a dejar de comer para poder llegar a fin de mes. La situación me remontó a un periodo de mi niñez que había sepultado en mi inconsciente cuando por nuestra precaria situación económica comíamos salteado.
Busqué ayuda profesional, tal vez resolviendo mi pasado podía afrontar esta realidad donde la abundancia era la protagonista.
Consulté a un psicólogo amigo de mi hermano, un tipo agradable con una sonrisa permanente y estable que no modificada al hablar. Desde su tendencia a la obesidad minimizó mis argumentos. Usted sufrió mucho de chico, la abundancia lo agobia y tal vez debería aumentar unos kilitos, me diagnosticó, como si en lugar de psicólogo fuera nutricionista y la felicidad dependiera de la cantidad de calorías que uno consumía.
Probé con una señora mayor, delgada, seria y casi amargada. Me hizo pensar que tal vez la teoría de mi anterior terapeuta era en cierta manera acertada. Su diagnóstico tampoco me convenció y retomé la idea del suicidio que Laura interrumpió con su abandono repentino.
Agotadas todas las instancias y cuando ya estaba por concretar mi plan, mientras urdía los detalles sentado a la mesa de un bar, conocí a Gloria. Me deslumbró su rostro aniñado, su sonrisa tierna, pero sobre todo su delgadez, tan flaca que resultaba imposible deducir dónde empezaba y terminaba su cuerpo. Fina como un fideo, lisa como un papel, su figura casi no se distinguía de perfil, hasta podría decirse que su presencia era virtual. Me enamoré al instante.
Al mes decidimos vivir juntos. Súbitamente mi departamento tomó una dimensión mayor, como si las paredes se hubiesen alejado. En la pequeña cocina, donde nos chocábamos con Laura, íbamos y veníamos sin siquiera rozarnos.
En la cama, la misma que compartía con Laura, los papeles se invirtieron, me despatarraba a mis anchas y ella sin quererlo ocupaba un espacio casi imperceptible. Hacer el amor era toda una aventura, Gloria se escurría entre mis brazos y cuando lograba atraparla tenía miedo de romperla.
Gloria de tan delgada pasaba desapercibida. A veces me costaba encontrarla, buscaba en las habitaciones, en el baño, adentro de los placares era como una
entidad que solo aparecía cuando el reflejo de la calle me revelaba su imagen que solo se veía a contraluz.
Tanta carencia de contorno me hizo echar de menos a Laura, extrañaba su presencia abultada, el oscurecimiento al que sometía nuestra casa cuando pasaba por la ventana, el espacio reducido pero cómodo en el que me había acostumbrado a vivir.
Tomé la decisión de terminar mi relación con Gloria, volví a postergar la idea del suicidio y decidí que me daría la oportunidad de encontrar a la mujer equilibrada que me llevase a una relación duradera.
Pero el recuerdo de Laura me invadía. Todavía conservaba el instinto de atajar la lámpara cuando tratando de no molestarla, me golpeaba con la mesita de luz. De apretujarme contra la cocina cuando ella abría la heladera, de encender las luces cuando pasaba frente a la ventana.
Convencido de que debía aceptar que el amor es más fuerte, que no debía condicionarme el envase sino el contenido, que, aunque hubiese tomado la decisión de abandonarme yo también era para ella el amor de su vida, salí a buscarla. Conocía los lugares que frecuentaba, la esperé sentado en el bar donde servían la torta de chocolate que devoraba en menos de cinco minutos. Hice una guardia rigurosa durante tres días hasta que una tarde, mientras hojeaba el diario aprovechando la luz del sol, el bar se oscureció, era ella.
Sin esperar la cuenta dejé sobre la mesa un billete de cien pesos y desde la puerta del bar la llamé ¡Laura! Alertada por mi grito desesperado giró hacia mí sonriendo. Mi alegría duró un instante, un rayo de sol a contraluz hizo visible a Gloria quien también sonreía tomada de su mano. Cada cuerpo era una prolongación del otro, una dualidad perfecta, ambas eran lo que siempre había soñado. Laura y Gloria, Gloria y Laura, al fin el destino había acudido en mi ayuda uniendo mis dos amores en uno solo. Ya no tendría que buscar a la mujer ideal, ellas lo eran. Cuando se besaron apasionadamente comprendí que era tarde
Y aquí estoy, confirmando lo que planifiqué hace seis meses. Aun no decidí la manera, suicidarse no es algo fácil. Estoy dudando si intoxicarme con las cuatro tortas de chocolate que compré en el bar antes de irme o someterme a un ayuno voluntario hasta que mi cuerpo se transforme en un fideo.
Jajajaja buenísimo!
Hola , soy amiga de Marianne y ella me
Recomendó tu blog . Te voy a seguir ! Tenes una prodiga imaginación ! Me gusto el remate !
Muchas gracias!
Mira q sos pillo!!me encanto tu loqura!!!t
Jaja muy bien hecho…. que fantasía!!!! No te suicides por ahí aparece una tercera y las juntamos a todas…. CADA vez mas depurada la pluma, te felicito
Gracias Rafael, siempre tan generoso
muy bueno amigo!!! Lo importante en la vida es mantener intacta la locura, y si crece mejor.