Sopa de Letras

Llegué agitado, sostuve la manija de la puerta para no caerme y entré. Sus ojos asomaban por detrás de las tapas duras del libro, la mirada fría reprobaba mi llegada tarde, una costumbre que no podía dominar, esas taras que uno arrastra de chico, una carga genética que nos hace confrontar entre el deseo y la acción.

 

Sus manos delgadas atrapaban la cubierta ocultando el título del libro que por lo voluminoso debía ser una novela. Alcancé a ver una D al comienzo y una S al final. La ultima letra de la tercera palabra, asomaba entre el anular y el meñique y por su forma deduje que era una O. La pista no resultaba suficiente por lo que me dispuse a esperar que los dedos cambiaran de posición. Impaciente le ofrecí un cigarrillo, ella, adivinando la intención, me devolvió una mirada gélida a la vez que negaba moviendo la cabeza.

Me distraje un momento mirando a través de la ventana a un adolescente que parado de perfil hablaba por su celular. Llevaba puesta una remera celeste con inscripciones en rojo sangre que no alcancé a leer, Sandra aprovechó para bajar el libro y depositarlo sobre su falda. Se soltó el pelo y con la hebilla entre sus dientes entrelazó un mechón y volvió a soltarlo, su mirada provocativa me recordó cuando la conocí. Sentada al borde de la pileta del club, con los brazos en alto, alisaba su pelo una y otra vez hasta transformarlo en una cola que dejaba caer sobre sus hombros. Mientras la miraba extasiado, aprovechó mi distracción para recoger el libro pero no lo suficientemente rápido para tapar el título. Se  trataba del best seller del momento: -Detrás del libro-.

Deslizados sobre la punta de la nariz,  brillaban sus anteojos de lectura plateados. El pelo en forma de tirabuzón colgaba sobre las patillas impidiéndome ver el monograma donde estaba impresa la marca de la montura. Por entre las hebras me pareció ver una G y una F. Me acerqué para  darle un beso, sin que lo notara soplé sobre el cabello dorado. Era la marca de lentes que  estaba de moda en estos días: -Gafas-.

Me acomodé  frente a Sandra que imperturbable continuaba concentrada en el libro, pedí un café, cortado le dije al mozo que llevaba una chaqueta blanca con una inscripción. No pude leerla porque el tipo no dejaba de rascarse la oreja izquierda tapándola  con el antebrazo. Decidí que cuando volviese con el pedido intentaría averiguarlo. Me armé de paciencia, Sandra se ofuscaba cuando interrumpía su lectura y hasta que no finalizara el capítulo no me dirigiría la palabra.

Sobre la pared del fondo del bar habían instalado un cartel luminoso con letras azules. El anuncio ofrecía tal vez una nueva marca de cerveza o de cigarrillos. No alcanzaba a leerlo porque un cliente de contextura robusta, parado al lado de la mesa que acababa de desocupar, esperaba impaciente al mozo. Nervioso, bamboleaba el cuerpo tapándome parte de la leyenda. Entre su hombro y la cabeza divisé una B y al final una A. Llame a Raúl, cobrale de una vez  le ordené. A medida que el cuerpo del gigante se retiraba de la escena pude comprobar que el cartel aludía a mi cerveza preferida: Birra.

Sandra se demoraba, decidí ir a comprar el diario, antes de levantarme de la silla le pregunté si necesitaba algo del kiosco. Como respuesta me pareció escuchar una C y un ruido agudo al final. ¿Cigarrillos? Levantó la cabeza y cruzando el dedo índice sobre sus labios expresó con cara de fastidio: Shhhhhh.

Salí ofuscado del bar, no me merecía un trato así, no tolero sentirme invisible frente a ella, que su lectura sea más importante que tomar un café juntos. Sé que la perturba mi manera de matar el tiempo mientras espero que termine su maldito capitulo, una obsesión que arrastro desde que era un niño. ¿A quién molesto?, solo a mí que vivo desquiciado desde aquella vez que paseaba de la mano de mi mamá camino al mercado. Tendría no más de seis años, al llegar a la avenida nos cruzamos con un camión de color rojo que anunciaba la llegada de un circo a la ciudad. En los laterales, pintado en grandes letras azules, se podía leer el nombre. Recuerdo que la tironeaba a mamá de la pollera, ¿cómo se llama el circo?, le pregunté ansioso. A ella nunca le gustaron las aglomeraciones y sin contestarme apuró el paso mientras me respondía –no sé, solo alcancé a ver una S al principio y al final una I-. Ya adolescente me enteré que por mi pueblo había pasado el famoso circo Sarrasani.

 

Subí al auto y encendí la radio, esos recuerdos no hacían más que atormentarme, busqué en el dial mi FM preferida. Me asaltó la duda si las siglas FM correspondían a las palabras Formato Medio o Frecuencia Modulada. En mi disquisición recordé que Sandra me había regalado un CD de música clásica. Mientras lo buscaba me quedé pensando a que denominación corresponderían esas dos letras,  ¿Con Disco o Compañía Discográfica?  Lo encontré entre los asientos, la etiqueta  del precio ocultaba el nombre del intérprete. Lo último que pude ver antes de que me arrastrara el camión más de cien metros, fue una B.

Desperté en la sala de terapia intensiva de un hospital, la enfermera me miraba a los ojos sonriendo. Lo primero que se me ocurrió preguntarle fue si el CD se había salvado y si pudo ver el nombre del intérprete. Me respondió que creía haberlo visto entre mis efectos personales. Me miró extrañada, -tiene que agradecer estar vivo-, me dijo molesta.

Le pedí disculpas, quise llamarla por su nombre que llevaba bordado encima del bolsillo de su uniforme, pero una lapicera y un termómetro lo ocultaban parcialmente. Una L y una I asomaban desafiantes. Me sentía cansado, por esta vez le preguntaría como se llamaba. Cuando estaba a punto de hacerlo entró el médico de guardia trayendo mi historia clínica.

De su bolsillo lateral derecho asomaba una caja, no pude saber el nombre del medicamento porque el troquel había sido arrancado y solo  alcancé a leer las últimas cinco letras: ticos, por lo que deduje que se trataba de antibióticos.

La enfermera se dispuso a inyectarme un calmante, insertó la aguja en el frasco para extraer el remedio, entre los dedos de su mano enguantada surgía una A seguida por una S. No me dio tiempo, el sedante corría por mis venas, mi vista se nubló mientras para mi desquicio, la voz del médico le ordenaba: Le hacemos un  TCT para asegurarnos que no haya sufrido un ACV.

6 comentarios en “Sopa de Letras

  1. Muy bueno …. jajajaja…. muy bien llevado entre el humor ( algo negro) y el suave drama………….me parece que lo voy a hacer leer en algún curso mío ( obviamente nombrando al autor) sobre neurosis iobsesiva!!!!

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