Sentado frente a la mesita donde estaba apoyado el teléfono Benito miraba el gris aparato como si fuera un oráculo que le daría la respuesta.
¿Lo debo llamar?, se preguntaba, tengo que armarme de coraje y hacerlo. Vaciló, estiró la mano y levantó el tubo, lo miró por unos momentos buscando quizás a través de los auriculares, la presencia de quien fuera a atender la trascendente llamada que estaba a punto de realizar. Marcó el número y esperó.