Sueño

Soñaba un lago, amplio, profundo, azul. Lo presintió voraz, dispuesto a absorberlo por el solo hecho de atreverse a soñarlo.

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El sueño lo obligada a aceptarlo como su refugio final. Una manera de hacerse inmortal, de transformarse en un habitante marino como lo había deseado cuando era niño. Una fantasía que había soñado otras veces y que lo remitía al principio de los tiempos cuando las primitivas especies solo habitaban profundidades liquidas.

El lago era imperfecto en su forma, ni cuadrado ni circular, irregular. Esta sinuosidad embestía su idea de la simetría. Las formas que tuviesen dificultad de ser dibujadas aumentaban su obsesión por las medidas perfectas, precisas e infalibles.

En ese lago navegaba un ser armonioso que prescindía de una embarcación, un bote, ni siquiera de un trozo de madera que lo mantuviese a flote. Detrás de él una figura difusa lo envolvía dándole un aspecto celestial o quizás siniestro.

Lo invitaba a sumarse a su periplo, a adentrarse en el agua cristalina, a sumarse a su delirio marino. Dudaba. El sueño no le dictaba esa travesía, solo la contemplación.

Aun así se encontró sumergido acariciando los juncos que crecían alrededor de la costa anunciando el comienzo de una profundidad desconocida. Se adentró en la oscuridad. Los rayos de sol rebotaban en la superficie y solo se animaban unos metros iluminando a las especies acostumbradas a deambular aguas arriba. Sospechó que sus ancestros, más osados, lo hacían ansiosos de encontrar un destino de tierra firme y de evolución. Así habría sucedido o tal vez un  creador, fatigado de vagar sin rumbo por el universo, haya sido responsable del surgimiento de seres inteligentes.

Se apartó de esas cavilaciones y continuó sumergiéndose hasta el fondo del lago desde donde tomó impulso para regresar a la superficie y nadar hacia la orilla segura.

Cambió de posición en la cama, se revolvió inquieto tratando inconscientemente de liberarse del sueño. Los parpados se negaron.

Esta vez soñó una pradera. Una llanura infinita tapizada de grama que ofrecía un verde perfecto y armonioso, similar a la  superficie del lago que acababa de soñar.

La extensa sabana, perfecta en su simetría, auguraba un largo viaje que se extendería más allá de lo que su vista podía distinguir.

A lo lejos unas elevaciones sugerían montañas, tal vez cordilleras. Imposible decidir por alguna de las dos opciones. Un jinete, montado en un caballo de color indefinido lo invitaba a compartir la silla. Esta opción lo obligaría a cambiar la suavidad del agua por la solidez de la tierra. Esta vez su destino estaría asociado a la madre desde donde surgía y habitaba todo lo viviente. Con solo pensarlo la idea de la oscuridad profunda y eterna lo aterraba. Imaginar su cuerpo integrado a la tierra, devorado por ella, no lo tentaba como su eterno descanso.

Se encontró cabalgando montado en la silla que el extraño le había ofrecido. Pero. El jinete se había esfumado. Solo las riendas esperaban sus manos para conducirlo a quien sabe que labor encomendada y con qué objetivo.

Alcanzar las montañas  sería su quimera o la escala de un viaje trágico o un renacer imprevisto. Sería una cabalgata eterna o fugaz.

Cambió nuevamente de posición, sus ojos cerrados apuntaban hacia el techo de la habitación en un intento vano de abandonar el sueño.

Esta vez la imagen fue de una negrura profunda salpicada de luminarias que parpadeaban invitándolo a integrarse a una singularidad remota y tentadora.

Una figura similar a un cuerpo humano flameaba refulgente, imprecisa. Lo convocaba a compartir su destino de vacío y soledad.

El espacio atravesaba su humanidad dándole una entidad nueva. Se dejo llevar por los pliegues sinuosos, brillantes, voraces. Era lo que había soñado cuando soñaba despierto. Una nueva realidad. El infinito postrado a sus pies invitándolo a conocer lo desconocido para todos los humanos.

Eligió esta opción más desafiante. Un futuro tan incierto como apetecible. Un destino de espacio y tiempo inexpugnable y desolador. Una decisión que estaba dispuesto a tomar. Aquella que soñó una y otra vez. Una pradera invisible donde la esperanza seria la búsqueda del agua que alimentara la vida.

Abrió los ojos.

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