Trayecto

Conducía por la ruta trazada con destino incierto. ¿Como todos lo hacemos?. Se preguntaba.

Las luces de los faros se reflejaban en el asfalto oscuro. El motor ronroneaba con una cadencia constante.

¿Quién recorrería un camino con la certeza de que nunca llegaría a destino?. ¿Como transitar un sendero con un final anunciado sin saber en qué recodo, en que curva o en que frenada el  viaje terminaría en contra de su voluntad?.

A pesar de estas dudas continuaba su marcha como lo había hecho durante años. Algunos tramos los recorría con precaución,  regulando la velocidad. Otros, que parecían más fáciles, los atravesaba con el pie a fondo en el acelerador disfrutando la sensación de libertad que ofrecía la carretera.

En esos momentos la velocidad no era impedimento para sortear obstáculos. Su instinto los ignoraba aun cuando alguna grieta del camino lo desestabilizara.

De tanto en tanto se permitía una parada en la banquina para descansar y contemplar el horizonte. Algunas veces estas pausas eran breves, tan solo unos minutos, según se presentara la jornada. Otras  podían consumir horas o días. Dependería de las contingencias y las decisiones que tomase en ese momento.

Las subidas resultaban desafiantes y las pendientes solo una pausa para volver a emprender el trayecto hacia la cima. Una vez ahí se asombraba de su capacidad para dirigir su destino, la maquina y él se habían transformado en una misma entidad.

Últimamente el camino se presentaba irregular, recto pero en mal estado. Baches, charcos de agua, algún tronco caído sobre el asfalto. Pero. No podía detenerse, solo aminorar la marcha. Su instinto se rebelada y su pie volvía a hundirse en el acelerador para recuperar la osadía y la pasión que lo había traído hasta aquí.

El motor desgastado por tantos años de uso, ya no obedecía con la misma prontitud a sus impulsos. No recordaba cuanto tiempo había pasado desde que inició este viaje y en cierto modo, prefería no mirar atrás. ¿Para qué? De nada serviría. Debía mirar hacia delante aunque el pasado le haya  consumido la mayor parte del combustible. Detenerse no era una opción.

Fueron necesarios varios ajustes.  Al principio solo de mantenimiento, más adelante arreglos menores. Un cambio de válvulas lo habían dejado en condiciones para continuar con la marcha pero el desgaste había erosionado su funcionamiento y ya no sería el mismo de antes.

Desde niño fue consciente que, para avanzar, debía esforzarse y nunca claudicar.

El triciclo fue su primer desafío, las piernas debían fortalecerse y encontrar el ritmo adecuado para avanzar. Tres ruedas le daban estabilidad.

Con la bicicleta fue diferente, las rueditas traseras lo hacían sentir seguro. Pero. Ante un giro brusco solían soltarse. Aprendió que para evitar golpes indeseados debía mantener el equilibrio, regular la velocidad y estar atento a los obstáculos imprevistos.

Ahora el destino, como si fuese el canto de una sirena,  lo llamaba incesantemente. Nada podía hacerlo detenerse y había llegado a comprender que quedarse inmóvil también significaba avanzar en esta travesía. La flecha del tiempo lo dirigía invariablemente a ese destino incierto, esa utopía de dioses y energía que solo adormece la mente.

En algún momento, que prefería olvidar, había acelerado a fondo sin medir el peligro.

-Yo elijo mi destino, soy amo y señor de mi futuro, nada ni nadie me va a imponer donde termina mi viaje.- Si en definitiva ningún camino que elija será el correcto-.

Las paradas en la banquina se hicieron más frecuentes y prolongadas. No podía determinar el sentido ni la velocidad, como si el tiempo se hubiese detenido por completo.

Recuperado retomó el camino. Su determinación era más firme que nunca, aunque también se había resignado en cierta medida a la incertidumbre.

Condujo responsablemente. Se lo habían advertido. Tal vez no hubiese otra oportunidad. Esta vez transitaba por un sendero irregular, sinuoso. Lo cercaba una masa de piedra y un precipicio profundo. Las curvas eran pronunciadas, continuas, tentadoras.

En la última. Para él. Mantuvo firme el volante.  No pudo girar a tiempo o ya era demasiado tarde para hacerlo.

La carretera se desvaneció ante sus ojos y el precipicio profundo lo envolvió en un abrazo inquebrantable.

Así, en el último suspiro de su viaje incierto, comprendió que al final del camino, el verdadero propósito no estaba en el destino sino en el viaje mismo y en las elecciones que había tomado en cada recodo de la carretera.

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