“Tal vez fue tu corazón que se lanzó esa tarde en búsqueda de alivio, dejando en el cristal las huellas de nuestra relación resquebrajada”
Los rasgos desiguales y temblorosos de la escritura serpenteaban por la tela colgada en la pared blanca. Sentada en el piso de cemento alisado, la leía una y otra vez. Con los codos apoyados en las rodillas y la mirada perdida susurraba cada palabra, bamboleándose al ritmo de su voz. Sonaba como el inicio de un cuento que nunca escribiría, pero esa evocación era una sentencia que la acuciaba cada dia.
Desde la oscuridad de su celda el recuerdo de esa tarde era una mezcla de desazón y de sentir que había impartido justicia sin darle al reo la posibilidad de defenderse.
Cuando nos sentimos impotentes ante lo que nos sucede, cuando descubrimos la traición, cada centímetro de nuestra piel nos exige trasladarle el sufrimiento al otro, para aliviar esa carga que permanecerá con otro peso y otra densidad por el resto de nuestra vida.
Eso es lo que le sucedía a Silvia cuando contemplaba lo escrito la primera noche de las muchas que pasaría encerrada cumpliendo la condena que un tribunal le había impartido. Fue una manera de alejar lo que realmente sucedió y enmarcarlo en una frase que la aliviase de la culpa.
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Silvia se desplazaba nerviosa por el living. Como un animal atrapado en su jaula. Recorría el trayecto desde el hogar encendido hasta la ventana que daba a la calle, con los ojos enrojecidos, una mezcla de furia y llanto.
De tanto en tanto se desplomaba en el sillón con la intención de relajarse. Inmediatamente se incorporaba retomando el recorrido una y otra vez. Marcelo llegaría en cualquier momento.
A través del cristal contemplaba los diminutos copos de nieve que mezclaban su color blanco intenso con la gramilla verde del jardín.
Recordó el día en que se mudaron a la casa. La entrada bloqueada por la intensa nevada de la noche anterior no les impidió vivir ese acontecimiento como el principio de una etapa feliz. Se imaginaban sentados frente a la chimenea, los leños crepitando, similar al estallido que ahora sentía desde el fondo de su pecho, como si el corazón fuese a salir disparado.
Los labios tensos dejaban escapar un sonido similar a un animal enfurecido. La posición de las manos sugería que rezaba pero en cambio maldecía por lo que había descubierto esa mañana.
Marcelo llegó con la intención de justificar una vez más el motivo de su demora.
Con la llegada del invierno y las primeras nevadas la autopista se había convertido en un estacionamiento donde cada tanto, un playero invisible, lo hacía avanzar a una ubicación mejor.
Intuía que debía llegar temprano para disipar cualquier sospecha de un retraso que no pudiese justificar.
Silvia alzó la mirada solo para comprobar su presencia. Marcelo presintió el enojo. Lo que estaba dispuesto a decirle tal vez lo aplacaría o no.
Ella continuó la marcha, sus pasos lentos seguían el ritmo del crepitar de los leños que se esforzaban por mantener el calor de la habitación.
El silencio era un mal augurio, un muro que Marcelo no sabía cómo franquear. Cada frase, cada palabra tendría un significado. El tono de su voz lo delataría. El temblor de sus labios, los gestos de su rostro y sobre todo su mirada, lo mostrarían indefenso y vulnerable. Se tomó un respiro.
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Fue solo un beso, un momento fatal donde los instintos primarios le ganaron a la razón. La pasión tan culposa como imprudente los sumergió en el territorio donde el cuerpo, colmado de placer, no permite medir los riesgos. Le siguieron días febriles, un incendio que como suele ocurrir se fue apagando lentamente.
La culpa, el remordimiento, la traición no premeditada, torturaban a Marcelo. Pero. Cada mañana, al llegar al la oficina, la mirada de Roxana lo transportaba a otro lugar donde la realidad se disipa y da paso a un mundo extravagante.
El que sacude la cordura, el que nos da el permiso a transitar las fantasías donde la razón claudica ante el instinto ancestral. Macho y hembra en un frenesí placentero y fugaz.
Cuando la pasión acababa, la culpa y el arrepentimiento lo consumían. Una y otra vez se juramentaba que no volvería a suceder. Necesitaba aunque sea una pausa.
No hizo falta aclararlo, Roxana fue percibiendo el cambio.
La resistencia de Marcelo a demorarse en la oficina para -terminar un trabajo-. Las excusas para no concurrir a las reuniones, a los festejos de cumpleaños de los compañeros, fueron la señal. El trato cada vez mas profesional, mas distante, le confirmaron a Roxana que el final se avecinaba.
Para ella, el sexo, como una tarea mas por ser la secretaria del jefe ya no la colmaba. Se había enamorado y estaba dispuesta a competir con la mujer que la observaba desde el retrato que Marcelo, a pesar de sus reclamos, conservaba sobre el escritorio donde mas de una vez hicieron el amor.
-No estoy dispuesta a ser de las amantes que esperan una decisión que nunca llega, necesito que te definas, exigía cuando Marcelo juraba un amor inexistente, cargado de promesas que no estaba dispuesto a cumplir.
Dos llamados durante el fin de semana y una inusual reunión de trabajo, alertaron a Silvia. Marcelo se esforzó en ser mas cuidadoso con su privacidad. Uno a uno borraba cada uno de los mails que Roxana le hacía llover en su casilla con frases amorosas y palabras amenazantes. Le adjuntaba fotos que lo comprometían.
Silvia notaba la perturbación de su esposo cuando el sonido del teléfono anunciaba la entrada de un nuevo mensaje que se hacían más frecuentes aún durante la noche. Cosas de trabajo murmuraba él mostrándose molesto.
Esa tarde Marcelo se decidió a darle un corte definitivo. El despido, sumado a una importante indemnización resolverían el problema. Roxana estaría enojada por un tiempo y todo volvería a la normalidad.
No tuvo en cuenta que la ira precede al rencor. Roxana no estaba dispuesta a negociar sus sentimientos. La discusión tomó voltaje, hubo gritos y algún intento de agresión física por parte de ella. Finalmente Marcelo dejó el sobre con el dinero sobre el escritorio.
-Hacé lo que quieras, amo a mi esposa, fue una equivocación que estoy dispuesto a reparar tanto con vos como con ella. Antes de que armes un escándalo prefiero contárselo
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Silvia observaba el teléfono celular. Lo estrujaba entre sus manos como si el aparato carente de inteligencia estuviese en condiciones de brindarle una explicación.
Al verlo, Marcelo acudió a una frase remanida -no es lo que parece-, quisiera explicártelo.
Silvia observó la pantalla una vez más. El aparato lanzado hacia la ventana rozó la oreja de Marcelo abriendo un agujero en el cristal.
No tuvo tiempo de reaccionar. Silvia, con la escopeta de caza que había heredado de su padre martillada, sentenció -las palabras están de más-
La explosión precedió al intento de Marcelo de protegerse, su cuerpo trazó el mismo recorrido que el teléfono celular que sin querer o traicionado por su inconsciente, esa mañana, había olvidado sobre la mesada de la cocina.
Un cuento excelente, un final quizás anunciado a propósito. Un relato tan bien llevado que no querés que termine. Felicitaciones.
Excelente!!!
Leguleyo y atrapante, me encantó que empiece por el final.