La miraba. Dormía. Sus párpados temblaban ligeramente. Debajo de ellos los ojos iban y venían hacia los costados como buscando la manera de escapar de esa prisión.
Soñaba. Si la comisura de los labios cedía a una expresión similar a una sonrisa, el sueño era placentero, situaciones gratas, recuerdos recientes o de la infancia, los acontecimientos que los sueños pueden hacernos vivir como reales.
Si en cambio el ceño se fruncía, las mejillas temblaban y un ligero quejido asomaba de su interior, reflejaba un sentimiento desagradable, tal vez atroz, un accidente, una caída, una perdida material o humana.
Abrió parcialmente los ojos, me interrogó sin hablarme. ¿Pudiste dormir algo?. ¿Comiste?.
Los volvió a cerrar sin esperar respuesta. No le ofrecí agua. No era necesario, el suero conectado a su brazo la hidrataba desde hacía dos días. La carpa que la protegía le suministraba el oxigeno extra que sus pulmones desesperadamente exigían.
En la cama de al lado un hombre joven, de unos cincuenta años, jugaba los últimos minutos con un resultado adverso. Seria cuestión de horas o minutos para que cayera vencido.
Recorrí el resto de la sala, los pacientes esperaban pacientemente los escasos respiradores, las enfermeras trataban de animarlos, sabiendo los magros resultados que se estaban logrando.
Salí al pasillo, pasé por el office del personal, por la puerta entreabierta pude ver el televisor encendido. Una leyenda irónica anunciaba en letras enormes. ¡Campeones!. Le dimos una alegría a Messi. En la escena los jugadores festejaban, saltaban, cantaban. ¡ De la mano de Messi, la vuelta vamos a dar!
En la pantalla partida mostraban a la gente acercándose al obelisco a festejar. Los relatores no se cansaban de destacar la epopeya y a Messi. Todos éramos Messi.
En sus aviones privados o en primera clase los campeones vuelven a sus casas. En el obelisco quedan los últimos festejando y la realidad vuelve a imponerse.
Como dice Serrat en su canción Fiesta, vuelve el rico a su riqueza, vuelve el pobre a su pobreza y el señor cura a sus misas. A nosotros solo nos queda rezar.
Somos campeones, una alegría, efímera en el medio de este desastre que nos viene castigando desde hace un año y medio. En este partido vamos perdiendo cien mil a cero.
Los goles no llegan, las infracciones abundan, los penales se erran. Estamos lejos de ganar el torneo. Pero no nos damos por vencidos.
Tal vez aparezca la magia de Messi
Gran relato querido, como siempre la finalizar tus cuentos nos deja pensando y eso es muy gratificante. Abrazo grande!
Gracias Amigo!!