Juan

Los párpados derrumbados sobre las opacas corneas, se deslizaban de arriba hacia abajo intentando una y otra vez aclarar el entorno. La luz de la mesa de noche reflejaba rostros con rasgos familiares. No alcanzaba a reconocer su identidad, solo imaginaba que en algún tiempo fueron parte de su vida.

Agonizaba. Sabia que su final estaba cerca, seria cuestión de horas o tal vez minutos.

Una mano acariciaba su pelo, acomodaba el único mechón que todavía se resistía a caerse. 

Se sentía viejo pero no lo era. No tanto. O si. Se preguntaba. ¿Cuándo se envejece?.

Para él, quizás, fue el día en que le diagnosticaron la enfermedad. A partir de ese momento, como un producto de supermercado, su vida, sus sueños, su destino, tenían fecha de vencimiento.

Un año dijo el médico. Pero. Siempre hay un pero. Depende de cómo responda al tratamiento agregó, como si esa frase lo excusara.

Fue hace cinco años. La fallida sentencia consumió años de incertidumbre, alimentó la esperanza y aceleró la vejez.

La mano, ahora acariciando su huesuda frente lo hizo regresar de sus pensamientos. Cierto. Debía morirse. Para eso estaban acá. Él los había hecho venir porque había planeado que por propia decisión, este seria el día en que debía partir de este mundo.

Percibió cierto nerviosismo, ansiedad, impaciencia. Justificada.

La muerte había venido a su encuentro de una forma inesperada, se presentó implacable, no aceptaría excusas, no habría negociación posible. Para ella los acontecimientos eran favorables y no iba a perder la oportunidad de cumplir con su misión.

El motivo de la reunión  resultaba original y los convocados se mostraban ansiosos. ¿Sería otra broma?. Estaban acostumbrados a sus ocurrencias.

Los saludos, las presentaciones, amenizaron la espera, la tensión se disipó pero rondaba cierta tristeza y el temor de que fuera cierto lo que estaban por presenciar. En la muerte del otro vivimos un poco la nuestra.

Él solo desplazaba su mirada de un lado hacia otro como pasando lista, asegurándose que estuviesen todos. Por supuesto alguno faltaría, siempre hay un excepción.

Alguno que no recibió el llamado. Que nadie le avisó. O no tuvo interés. Tal vez pensó que era una broma de mal gusto que alguien te invitase a presenciar su muerte. Pero estaban ahí y el evento debía comenzar.

Juan, así se llama el protagonista de esta historia, debía cumplir con el motivo de su convocatoria.

Su fiel colaboradora ofreció algunas bebidas, el momento crucial en el cual se produciría la circunstancia o el episodio o la tragedia que estaban a punto de presenciar, se acercaba.

Si la muerte es una tragedia ¿que queda para la vida?. Se pregona que hay que celebrarla, vivirla, disfrutarla. Pero.

¿Quien disfrutaría un viaje sabiendo que termina en un accidente mortal?

¿Quién escalaria una montaña con la certeza de que nadie vendría al rescate?

¿Quién se enamoraría si estuviese seguro que ese amor se acabaría?

Entonces, Juan, ¿querría celebrar la muerte como el evento mas importante desde su nacimiento?. Tal vez.

Cuando por curiosidad o impaciencia los invitados se iban ubicando alrededor de la cama, algo sucedió.

Como una cinta en retroceso Juan viajó hacia su pasado. Las imágenes mas felices corrían en cámara lenta, las otras, eran solo puentes entre las primeras.

Disfrutó su madurez rodeado del amor de su vida, sus tres hijos, su nieto. Las vacaciones en familia, la salida con amigos.

Recorrió su juventud. Universidad, algunas aventuras, su única novia. La muerte temprana de su madre, el padre ausente.

Se regocijó al verse adolescente. Los juegos en la vereda con sus amigos. Las figuritas con las caras de los jugadores de futbol. El peloteo en la plaza. Las carreras en bici.

Ingresó a primer grado con su guardapolvo almidonado. La maestra severa pero cariñosa. Los compañeros de clase, el cuaderno y la lapicera fuente, el recreo.

Jugó en el piso con sus primeros juguetes, se vio sonreír. Intentó su primer pasito ante la alegría de sus padres. Paseó de la mano de sus abuelas, fue descubriendo el mundo.

Sintió los brazos de su madre mientras lo acunaba, sorbió la leche tibia de sus senos, se enamoró nuevamente de su mirada.

Recorrió con dificultad el túnel oscuro que lo llevó a la luz de su nacimiento.

Chapoteo en el contenido liquido de la panza de su mamá, sintió sus latidos, disfrutó la calidez del lugar, se sintió seguro.

Fue testigo de la gloriosa entrada del espermatozoide para fecundar al ovulo que le daría la vida.

Los párpados de Juan se fueron relajando. Recibió el llamado del lugar de donde había partido. El que frecuentamos antes del nacimiento y después de la muerte. El espacio sin tiempo desde donde nos lanzamos a la vida y regresamos una y otra vez.

Juan, recorrió por ultima vez el entorno de la habitación, sonrió. Ofreció a los presentes un ultimo suspiro y regresó.

2 comentarios en “Juan

  1. Me encantó la idea de los puentes y de que no es el fin sino quizas un nuevo principio. Tu cuento me llegó en el momento preciso para reconfortarme y hacerme una caricia a la distancia. Love you

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