Una vida mas

   Me desperté sobresaltado, miré el reloj, se me hacía tarde, debía visitar a mi nuevo paciente. Una mujer me había llamado desesperada para que atendiera a su esposo que, según ella, no pasaría de esa noche.

A pesar de que el día se presentaba primaveral me abrigué, el frio interior que venía sintiendo era cada vez más intenso. Otra vez la misma sensación de que esto ya había sucedido el día anterior y el anterior.

Decidí tomar el subte que me dejaría a solo una cuadra del domicilio que debía visitar. Esa mañana se presentaba húmeda y a medida que la neblina se esfumara el sol nos concedería un día agobiante como venía sucediendo en la semana.

Un retraso inesperado, una huelga repentina, me obligó a caminar el resto del trayecto esquivando a los encargados de los edificios que charlaban animadamente de vereda a vereda mientras agitaban sus mangueras malgastando litros de agua. Me pareció que uno de ellos que no formaba parte de la conversación levantó su mano para saludarme.

Me detuve frente a la puerta de entrada, el sensor del portero eléctrico descubrió mi presencia y una voz femenina me invitó a pasar mientras la cerradura emitía un zumbido agudo.

Una muchacha me guió hasta una sala donde una mujer singularmente bella salió a recibirme.

Gracias por venir, me dijo esbozando una mueca de dolor. Me limité a devolverle una sonrisa.  Sus manos y su rostro parecían revestidos de una laca rosada, el pelo se asemejaba a un casco plateado y sus ojos resaltaban como dos luces de led que alternaban entre el color rojo y verde.

-Es mi esposo dijo mirando hacia el primer piso, hace más de un mes que no baja, apenas prueba el desayuno que mi asistente le lleva cada mañana, no almuerza ni cena y tampoco me habla-. Su mirada profunda e intimidante me señaló las escaleras.

Comencé a subir, me detuve en el tercer peldaño, no me dijo su nombre dije sin darme vuelta, nadie respondió, giré hacia al lugar donde debía estar la mujer, pero la sala estaba vacía, sin muebles ni cortinas, como si la casa no hubiese estado habitada por años.

Continué subiendo, encontré dos puertas abiertas, sin hacer ruido me asomé a la primera, era una habitación amplia donde solo había una silla desvencijada y una cama con una pata rota.

Me moví lentamente hacia el siguiente cuarto, desde donde una voz conocida me invito a entrar.

Recostado en una cama angosta yacía un hombre delgado, pálido, con la mirada cansada. Al verme sonrió.

Lo llamó otra vez, me dijo disfrutando la situación, siempre lo hace y lo seguirá haciendo y usted regresará día tras día, sueño tras sueño hasta que se convenza. Ella nos llama de una manera extraña pero convincente, nos hace creer que todavía somos necesarios y nos deja frente a frente para que asumamos que ya no tenemos lugar en este mundo.

Solo es un juego, un maldito juego murmuró antes de desaparecer.

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