Me quité el guante para tocar el timbre, la mañana se presentaba fría, presagio de lo que estaba a punto de ocurrir.
Durante el trayecto hasta el domicilio de quien sería mi paciente, a través de la ventanilla del tranvía, me distraje viendo como una señora que lucía un impecable delantal de cocina, barría prolijamente la vereda. Levantó su mano para saludarme como si supiera donde iba y cual era la misión de ese día, una mañana helada en plena primavera. Después de unos minutos de gélida espera la puerta se abrió, una mujer mayor, supuse que se trataba de una fiel empleada doméstica que venía sirviendo en la casa durante un tiempo prolongado, me invitó a pasar señalándome el trayecto hacia la sala principal. Desde un sillón azul de un estilo indefinido, la dueña de la casa me sonrió.
Su aspecto era señorial y siniestro a la vez. Lucía un vestido rojo ajustado al cuerpo, el cabello rubio refulgía envuelto en un rayo de sol que entraba por la ventana que daba al jardín, generando alrededor de su cabeza un halo de luz semejante al que solemos ver en las pinturas religiosas. Se levantó del sillón con la mano extendida, al estrecharla noté cierta fragilidad, como si al apretar un poco más se disolvería entre mis dedos.
Al mismo tiempo llamó mi atención que los surcos marcados de su cara no se correspondían con su edad, la hacían indefinida, como si hubiesen sido dibujadas sobre un rostro más joven. La piel tersa contrastaba con una mirada triste y opaca. Gracias por venir dijo con voz quebrada como si yo fuera el ultimo ser vivo que pudiese ayudarla. ¿Le puedo ofrecer algo caliente?
Era lo que justamente necesitaba, además del frio, cargaba con la angustia que llevaba conmigo desde el momento en que recibí el llamado. Esa mañana, la voz del otro lado del teléfono, después de verificar si yo era exactamente la persona que le habían recomendado me dijo, -es necesario que venga urgente, no creo que pase de esta noche-.
Con la taza de café en la mano me senté enfrente de Matilde, -susurró su nombre al presentarse-, dispuesto a escucharla.
Se recostó en el sillón, me dirigió una mirada profunda e intimidante, como si la historia que estaba a punto de relatarme se extendería más allá de lo que yo esperaba y no toleraría una interrupción.
Todo empezó al comienzo del invierno. Él ya no venía sintiéndose bien desde principios del verano, pasó la Navidad solo en casa. Con la excusa de una pelea que había tenido con el hermano no quiso concurrir como todos los años a la quinta de su tío Ernesto donde, desde que su padre falleció, suele reunirse la familia.
El cálido otoño que tuvimos ocultó su padecimiento, el sol y el aire tibio ayudan a que seamos más optimistas frente a los problemas que sabemos están instalados y que tarde o temprano harán eclosión.
Hace un poco más de dos meses se produjo una desmejora, el médico de la familia nos sentenció que, desde el punto de vista clínico, ya nada podía hacerse. Nos recomendó consultar un especialista. Pedimos una cita con un psiquiatra muy reconocido quien luego de examinar los estudios que él mismo le había indicado dedujo que escapaba a su buen saber y entender y que estos casos suelen desencadenar en algún tipo de locura. Me recomendó mantenerlo sedado y dejar pasar el tiempo hasta que suceda lo inevitable.
¿Qué le hace pensar que es terminal como me dijo por teléfono?, le pregunté
Tal vez mi desesperación en no poder hacer nada más que esperar un desenlace, me respondió señalando la planta alta.
Dejé la taza sobre la mesa, tomé mi maletín y me encaminé hacia las escaleras. La segunda puerta a la derecha, puede entrar, en un minuto lo alcanzo. Matilde desapareció seguida por la empleada. La sala se oscureció y solo quedo una tenue luz al final de la escalera.
La habitación se encontraba totalmente a oscuras, busqué el interruptor para encender la luz, una voz temblorosa me detuvo. Por favor no, ya se acostumbrará a la oscuridad, todos nos acostumbramos.
Y así fue, lentamente los contornos de los muebles se fueron haciendo visibles, una tela de araña unía una silla con un escritorio cubierto de polvo, la cama estaba cubierta con una tela transparente que ocultaban la humanidad del dueño de la voz que me había invitado a entrar a la oscuridad donde habitaba desde hacía algún tiempo.
Acerqué una silla a la cama. Al intentar correr la cortina que cubría su intimidad volvió a decir, por favor no, es mejor que hablemos, ya habrá tiempo de vernos las caras, todavía no es el momento.
Conversamos sobre su padecimiento, me relató un episodio que le sucedía cada noche en forma ininterrumpida.
-Suelo dormirme alrededor de las diez, durante una hora mi sueño es profundo y tranquilo, pero inevitablemente, pasado ese lapso, me despierto sobresaltado por una voz que proviene desde muy lejos, un llamado, como a aullido de un lobo hambriento. Tomo un poco de agua y vuelvo a dormirme-.
Continuó contándome que una noche se despertó sin escuchar ningún gemido, solo el silencio lo puso en vigilia nuevamente. Así lo relató.
Me desperté en la mitad de la noche sobresaltado como si hubiese escuchado un ruido sospechoso dentro de la casa, no podía moverme. Mis ojos abiertos completamente se acostumbraron a la penumbra de la habitación, aún era noche cerrada, por la ventana entraba un tenue resplandor que proyectaba la presencia de la luna en alguna parte del cielo nocturno. Traté de recordar algún sueño perturbador que haya llevado a despertarme, nada, solo se había producido el impulso de volver a la conciencia en forma repentina, como cada noche sucedía.
Traté de dormir, a tal punto me esforcé por hacerlo que me quedé expectante tratando de captar el momento exacto en quedarme dormido. En el instante en que debía dejar la conciencia quedaba enredado en el delgado límite entre la vigilia y el sueño, semejante a la que deben sentir los moribundos cuando sus sentidos se van apagando e intentan permanecer con vida.
Al final de la noche, cuando las primeras luces del alba asomaban por las rendijas de las ventanas, me dormí.
Por la tarde, decidí que la noche siguiente me quedaría despierto para captar esa sensación de despertar sobresaltado, pero al instante abandoné la loca idea porque sería imposible lograrlo. Necesitaba estar dormido para despertarme y aunque mantuviese la vigilia durante toda la noche, no podría percibir la misma sensación de despertarme sobresaltado al escuchar un ruido en la casa que no me era familiar.
Mientras dormía soñé que me despertaba sobresaltado, no podía describir el motivo, era como si me sacudieran desde adentro de mí. En el sueño mis ojos permanecían abiertos, el cuerpo inmóvil y la sensación de pavura que me producía que algo o alguien reclamara por mí. Tomé conciencia de que estaba soñando e intenté abrir los ojos, pero en el sueño los tenía abiertos. Quise cerrarlos, pero en mi realidad los tenia cerrados. Debo tranquilizarme pensé, ¿estoy soñando o estoy despierto? ¿Soñaba que pensaba que debía tranquilizarme o estaba pensando que estaba soñando y debía tranquilizarme? Quise moverme, pero el argumento del sueño no me lo permitió.
Sin embargo, dormía y si bien soñaba que me había despertado, dentro del sueño conservaba la conciencia de que estaba durmiendo, por lo tanto, no podría volver a dormirme. Comenzó a correrme un sudor frío por todo el cuerpo, los pies se me congelaron, el corazón latía acelerado y se apoderó de mí el temor de quedar atrapado en el sueño sin poder volver a dormirme, para después despertarme a la mañana como todos los días.
Lo interrumpí para preguntarle si ahora estaba despierto hablando conmigo o dormía y soñaba que conversaba con alguien que podría ser yo.
Me respondió que dependía si la pregunta la estaba haciendo yo desde su vigilia o era la persona que conversaba con él en el sueño la que lo estaba interrogando. Si era la primera opción significaba que yo era real, aunque me desafió a pensar que debido al llamado de su esposa yo mismo podría estar soñando la situación.
Le respondí que no podía ser ya que no lo conocía, tampoco a su esposa y su casa y que el paciente era él y estaba ahí para ayudarlo a que pudiese salir del infierno donde estaba sumergido.
En todo caso, me dijo, si nos centramos en la segunda opción, puede ser que esté dormido, pero su presencia en mi dormitorio seria irreal y tal vez solo estemos intercambiando sueños.