La arena tibia templaba su cuerpo castigado por el viento del otoño. Recostado sobre el horizonte el sol de la tarde apenas lo acariciaba. Solía visitar el paraje en aquellos veranos cuando el clima cálido se asociaba a su sed de aventuras, hoy el entorno le resultaba desolador, como una aldea arrasada por un tsunami.
Había regresado a buscarla sin expectativas, pero abrigaba la esperanza de encontrarla.
La mar se balanceaba coqueta, provocadora. Temeroso de su poder avanzó calculando cada pisada, percibiendo la humedad salada que la arena absorbía en el ir y venir de las olas.
Observó a las diminutas criaturas que a medida que el agua las depositaba en la playa se enterraban urgidas por evitar que la próxima marea las regresara al mar, de su resistencia dependía la continuidad de su especie.
La superficie helada fue un recibimiento inesperado, tal vez la estaba importunando. Se estremeció, conservaba el calor de otros encuentros, ya no podía detenerse.
No sos una mujer dulce, sos salada como el mar, cuando te abrazo tus olas rozan mis mejillas, me sumerjo en lo profundo de tus entrañas donde acecha el peligro de otro desencanto.
Murmuraba. -Una y otra vez regreso a tu playa como un adicto con el afán de doblegarte, de salir ileso. Pero sos otra, siempre fuiste otra, ajena, invasora, deseosa de placer fugaz-.
Recordó esa tarde cuando desde el muelle, -era más joven y más arriesgado- se atrevió a zambullirse tras la rompiente para evitar las olas agresivas que se alzaban haciendo gala de su belleza. Tras ellas la mar era riesgosa, irascible, tentadora. La playa se fue alejando como si fuera el tripulante de una barcaza arenera. Ella lo invitaba a sumergirse en las corrientes cálidas de su cuerpo ondulado. Joaquín se hundió en ese espacio húmedo. La mar se embravecía, desafiándolo con rugidos de mujer saciada. Joaquín volvió a penetrar la superficie haciendo que la espuma brotara incontenible a su paso, el acople fue perfecto. La primera estrella le indicó la hora de volver, (debía volver). Pero la mar le reclamó internarse más, entregarse por entero a ella. A la mañana siguiente unos ojos familiares lo descubrieron exhausto entre los pilotes del muelle.
Y una vez más, recorría el camino que se había jurado no volver a transitar, avanzó hasta que las olas cubrieron sus tobillos, sintió la respiración que se aceleraba a medida que ella lo invitaba a sumergirse en el desvarío, a invadirla, a probar de nuevo su placer salado.
Su mente desestimó el paso del tiempo que su cuerpo denunciaba en cada arruga, en sus músculos flácidos, en la mirada opaca. Se irguió dándose valor, conservaba la esperanza de que una corriente tibia lo abrazara y le devolviera la juventud perdida. Pero ella era otra, siempre fue otra, la que reclama, la que exige. Ajena, invasora, de mirada profunda, de piel tersa y juventud insolente. Joaquín intuyó lo definitivo, aun así, abrió sus brazos y desde un imaginario acantilado se zambulló.
-La Mar- lo envolvió en un gélido abrazo, no le dio tiempo a reaccionar, agitó su cuerpo destemplado. Joaquín intentó seducirla, pero sus brazadas ya no eran placenteras. Intentó volver, pero pudo más el rumor de la rompiente, el imaginario canto de las sirenas llamando a sus instintos, rozando su sexualidad, con tesoros remotos por descubrir. Intentó sostenerse a flote, buscar un resquicio, una señal, un abrazo amoroso. Como un sedimento mas las olas lo depositaron suavemente en la playa, su cuerpo se asimiló a la arena fría, el sol se había ocultado.
El taxi lo dejó en la esquina, caminó hasta su casa, la luz de la cocina estaba encendida. Titubeó un instante, subió las escaleras temeroso, el olor de la comida lo tranquilizó. La cena estaba servida, como en tantas oportunidades una mirada tierna curaría sus heridas.
Por un momento senti el frío del agua , y el final me sorprendió! Ya tenía preparado eñ lagrimón