Como quien manipula un objeto delicado acomodó la pistola 9mm sobre la mesa de roble situada en la mitad del salón. A su alrededor distribuyó las balas que dirigían sus brillantes puntas hacia el borde de la mesa.
En el otro extremo, en una bandeja de plata, el porro recién elaborado señalaba una estela de polvo blanco que terminaba en un sorbete dorado.
A continuación el filo de los cinco cuchillos dispuestos según su tamaño, emitía destellos azules. Cubierta por un cilindro de vidrio similar a una pecera invertida, la poción de veneno reposaba en un recipiente azul con forma de serpiente, el gotero contenía la dosis letal.
La sala donde se realizaba la exhibición era de dimensiones generosas. Del cielorraso colgaba una araña de cristal de escasa luminosidad dejando la mayor parte de la habitación en la penumbra. En el medio de ella un maniquí se balanceaba, una gruesa soga sostenida de una de las vigas del techo, rodeaba su cuello desgarrado
Las cinco de la tarde era la hora pactada para el inicio de la muestra, algunos invitados conversaban en el ingreso mientras Agustin se aseguraba que todo estuviese en su lugar. Su primera exposición seria el principio del final de un camino plagado de dificultades, heridas sin sanar, desengaños y frustraciones.
Vero miró por segunda vez el reloj, faltaban solo diez minutos y el tránsito se había detenido completamente. ¿ No puede tomar otro camino? Sonó como una exigencia a la que el taxista respondió con una mirada insulsa a través del espejo.
Vero presintió que el retraso podia ser fatal. Agustín fue terminante cuando a traves del mensaje de texto le dijo: -sino llegas a tiempo empiezo sin vos-.
La Avenida Libertador a esa hora se transformaba en un infierno. El ruido, mezcla de motores y bocinazos hizo que su mente se resguardara en el recuerdo del día que se conocieron en el barcito de la Escuela de Bellas Artes.
Aquella tarde, mientras compartia un café con su compañera de catedra, le llamó la atención su carita de gordo bueno. Agustin la observaba simulando repasar unos apuntes. Ella levantó la mano a manera de saludo amistoso, él sintió que con ese gesto le acariciaba el corazon.
Ausente de ruidos de la calle Veronica revivió la ternura que le provocaba cuando Agustín dejaba pasar hasta tres colectivos para coincidir con ella en el viaje que mas tarde se enteró, lo dejaba muy lejos de su casa. Recordó los dias lluviosos en los que la esperaba a la salida de clases para compartir su paraguas. Pero no era suficiente, el gordo carilindo, apático, misterioso, huraño con sus compañeros solo le despertaba curiosidad o cierta lástima. En cambio Agustín, inconsciente de la indiferencia de Vero, pensaba que con su dosis de amor sería suficiente, que solo era cuestión de tiempo para que Vero compartiera lo que él sentía.
La puteada del pibe de la moto al chofer del taxi sonó como la de Agustín el día que la sorprendió acostada sobre el escritorio del aula, recibiendo una clase práctica del profesor de escultura. -No sos mi novio, recordó que le dijo al otro día cuando Agustín intentó recriminarle la traición. –Sos una puta, la respuesta le retumbaba como un eco.
Agustín se refugió en la droga, dulce y a veces amarga como cualquier mujer. La trataba como su nuevo amor dispuesta a acompañarlo hasta la muerte, a la que deseaba con más bronca que temor.
Sus esculturas, hierros retorcidos, espadas atravesadas en cuerpos huecos, esferas partidas, no lograban expresar lo que verdaderamente sentía. Solia escribir: -sin Vero y aun estando con ella soy un actor de reparto al que cualquiera puede reemplazar sin que nadie se dé por enterado-.
Vero bajó del taxi, con los zapatos en la mano comenzó a correr, sabía bien el significado de las palabras de Agustín: -no puedo hacerlo sin vos-.
Mientras tanto Agustín contemplaba la cuchilla que años atrás se había deslizado por sus venas, sentía que lo observaba desde la tabla de madera sujeta a la pared. El filo relucía eficaz. Miró su reloj, eran las cinco.
Cuando Vero llegó a la puerta de la galería, la exposición había comenzado. Agustín conversaba con su padre, al que no veía desde su última internación. Algunas personas recorrían la curiosa muestra, -original-, comentaban algunos por compromiso.
Cada obra tenía una referencia fotográfica de los momentos felices. Su mamá enseñándole a andar en bicicleta. El pic nic de la primavera donde conoció a su primera novia. Con Vero subidos al monumento a los españoles el día que se recibieron.
Al verla entrar, Agustín disimuladamente abrió las llaves. Una nube de gas comenzó a filtrarse de los hierros retorcidos que alguna vez pretendieron ser esculturas, sofocando a los presentes. Vero, sin percatarse de lo que sucedía corrió a abrazarlo. Suspendida en el intento solo alcanzó a ver por unos instantes la cara sonriente de Agustín, iluminada por la llama del encendedor.