Se termino

Sin mediar advertencia previa me dijo, -Se terminó-

Reconozco que no lo vi venir. Pensé, como piensan todos los que como yo dejan que las cosas le pasen, que todavía quedaba resto, que no era como Yolanda decía.

En todo caso hubiese preferido ir hasta el fondo, no resignarnos a que se había terminado, en otras palabras, rescatar lo mínimo indispensable para resolver el problema.

Durante el resto del desayuno nos quedamos callados, todavía resonaban en mi cabeza la sentencia de Yolanda agitando la cuchara con la que frenéticamente revolvía la leche, -se terminó-.

Sus ojos humedecidos por el llanto contenido estaban fijos en la taza, intenté varias veces retomar el dialogo, pero ante el mínimo carraspeo de mi parte ella levantaba la cuchara y señalándome inquisidoramente repetía, se terminó.

Yolanda siempre fue impulsiva, intolerante a los fracasos, la desquicia cuando algo que se puede prever se le presenta como imposible de solucionar y con consecuencias permanentes, por lo menos para ese momento o ese día.

No tolera quedar pagando frente a una situación que se hubiese podido anticipar y si el causante del error soy yo, inmediatamente se convierte en una tragedia.

En esta oportunidad tenía razón, siempre tiene razón, mi actitud contemplativa de la vida la irrita cada vez más y cuando le digo que Dios proveerá y que nada es motivo suficiente para tomarse las cosas de esa manera, se irrita aún más.

Es verdad, nuestra relación se está deteriorando y no por falta de amor, sino que no estar más atento a sus necesidades, hace que la convivencia se torne áspera y que cualquier episodio, por mínimo que sea, nos lleva a pensar que nuestra relación se deshace como un terrón de azúcar en la leche caliente.

Luego de unos segundos de tensa calma, intenté suavizar la situación

sugiriéndole una alternativa al motivo de la discusión. Su sonrisa irónica fue el anticipo de la decisión que sospechaba, no hay nada para agregar masculló mientras tomaba su cartera.

¿Adónde vas?, le pregunté angustiado, no hagas una locura.

Adónde voy me preguntás, al lugar donde vos deberías haber ido ayer y como siempre te olvidaste.

El portazo fue una señal que me indicaba que debía hacer algo, no podía dejar que una pizca de sinsabor nos derrumbase, que nuestra vida juntos se disolviera como una gota de leche en el café.

Salí al pasillo haciendo un último intento, su silueta parada frente a la puerta del ascensor me recordó aquella tarde cuando la conocí. Ella esperaba el colectivo mientras yo, sentado en la mesa de la cafetería a la espera de una cita que nunca se concretaría, la observaba. Como si una conexión invisible nos hubiese emparejado nuestras miradas se cruzaron y sin saber cómo, estábamos compartiendo un café.

Que el ascensor tardase más de lo acostumbrado resultó una ventaja, -esperá por favor, dame una última oportunidad, no te muevas le supliqué-.

Decidido a hacer un último esfuerzo me dirigí hacia la cocina, abrí la alacena con la esperanza de encontrarlo y ahí estaba, tapado por la lata de galletitas.

Lo levanté como quien exhibe un trofeo, al ver el envase del Nescafé Instantáneo Yolanda sonrió.

Viste mi amor, grité eufórico, no se había terminado.

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