Muerte dulce

Contaba con ellos, mi padre y mi madre estarían presentes, nunca fallan. Carlos aparece de vez en cuando, no se queda mucho tiempo, nuestra relación es así, tira y afloje

A los chicos trato de no involucrarlos, ellos no entienden de estas cosas y las pocas veces que estuvieron fueron motivo de discordia y terminé angustiada, prefiero contarles después si es que el episodio valió la pena, además son cuestiones personales que a su tiempo se irán enterando

Faltaban más de dos horas, pero a mí me gusta tener todo organizado, las pocas ocasiones que improvisé algo salió mal y al día siguiente me arrepentí de no haberlo previsto.

Me acostumbré a que la concurrencia debe ser espontánea y para que así sea durante la semana solo me remito a frecuentar a cada uno, familiares, amigos y hasta desconocidos. Intento influir en ellos para me aporten lo mejor y lo peor de sus personalidades, para que el acontecimiento que programo todos los días, se produzca de manera natural.

Por mi experiencia, cuando menos sepan ellos de la particular manera que tengo de convocarlos, mejor es el resultado y si, solo se destacan los efectos negativos, habrá un porqué, que más tarde me ocuparé de analizar sola o con mi terapeuta que para eso le pago una fortuna por sesión.

La semana había transcurrido normalmente, sin contratiempos en el trabajo, algunas cuestiones menores con Ana y Damiancito en el colegio y el permanente mal humor de Carlos porque últimamente las cosas no le salen como quiere. Sospecho también que hay algo que no me dice, como el ingreso de la nueva empleada de la tienda que tiene a todos enloquecidos y por supuesto a él también. Me lo imagino hundiendo la panza, tratando de cubrirse la pelada con el poco pelo que le queda e intentando meter sus famosas frases matadoras como cuando éramos novios.

Posiblemente ese sea el motivo para que no aparezca esta noche o tal vez lo intente en algún momento para ganar protagonismo, espero estar preparada, porque hubo circunstancias en que todo transcurría normalmente y él fue el responsable que se transformara en un desastre.

Recuerdo la noche del viernes pasado -porque a diferencia de muchas personas cada mañana al despertarme me acuerdo de todos los detalles-, en el instante en que charlaba animadamente con mi madre y mi hermano, -una conversación trivial y dispersa como suele suceder en estas circunstancias-, Carlos, sin que yo el día anterior hubiese programado su presencia, se coló del brazo de su nueva empleada, agitando una botella de champán y empapándonos a todos.

Cuando intenté reaccionar había desaparecido y también el resto de los convocados, nadie acude al llamado para ser agredido. Por más que lo intenté esa noche no pude dormir o tal vez lo hice, pero de a ratos. A la mañana Carlos dormía a mi lado plácidamente, como si nada hubiese pasado. En realidad, para él no.

Mi psicólogo dice que debo dejar de planificar mis sueños, que mi mente se ocupará de desprenderse cada noche de lo que no le sirve. Yo le respondo que a mí me gusta organizarlos, me siento apta para hacerlo, si bien me resigno a lo que acontece en cada sueño, quiero elegir a los protagonistas, a veces lo consigo, otras no.

Todas las noches recorro ese camino involuntario, trato de programar lo que sucede, a veces el sueño transcurre como lo había previsto y me despierto renovada.

Aun así, experimento casi de manera real acontecimientos de la vida diaria, encuentros y desencuentros, momentos de ira y de placer, retazos de mi mundo interior que libero cada noche. Cuando logro que el sueño sea placentero, deseo detener el tiempo y quedarme disfrutando ese momento eternamente.

Lo imagino como una muerte dulce, el transito tantas veces soñado a un mundo ideal.

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