El tránsito por el túnel fue más difícil de lo que había previsto, cargaba con la urgencia de emerger por la escotilla para aspirar el aire que mis pulmones necesitaban para sobrevivir. A medida que avanzaba mi cuerpo se iba adaptando a los contornos facilitados por el revestimiento gelatinoso del traje. Al límite de mis fuerzas logré asomar la cabeza. Un ayudante, mucho después supe que asistía al principal a cargo, logró que emergiera el resto del cuerpo. Resolví mi angustia en un grito que los presentes festejaron como si su felicidad fuera inversamente proporcional a mi dolor, no me resultó agradable.
El recinto al cual había arribado era una habitación pintada de color blanco donde colgaban cuatro pantallas corriendo gráficos semejantes a las películas de ciencia ficción. Cada integrante de la tripulación ocupaba su posición de trabajo, salvo dos hombres y una mujer. Los tres usaban mascaras protectoras, comprendí su precaución, durante el viaje pude haberme contaminado con algún virus desconocido. Mis pulmones recibieron un chorro de aire fresco, distinto al que me sofocó cuando sin mediar aviso, fui expulsado de mi hogar.
En esa oportunidad, lejana en mis recuerdos y tal vez fruto de mi fantasía, la excusa fue mi deterioro físico. Así lo diagnosticó el médico de la familia. Le voy a administrar un calmante para que no sufra, fueron las últimas palabras que escuché antes de sumergirme en un largo sueño.
Como si fuese un despojo me abandonaron en un parque lejos de casa, un lugar apacible y tétrico a la vez. Durante unos días vagué sin rumbo, ningún espacio era propicio para asentarme, la gente me ignoraba como a un mendigo miserable.
De a poco me fui convenciendo que ya nadie quería saber de mí y que el final definitivo solo era cuestión de tiempo, que me esfumaría como se disipa el humo de un cigarrillo.
El tiempo dejó de transcurrir me encontré flotando en un mar caliente y espumoso, turbulento como un dique a punto de romperse. Un espasmo me impulsó a una carrera desenfrenada, dentro del torrente me percaté que éramos muchos los que luchábamos para sobrevivir. Impacté en el contorno de la nave, tras de mí la escotilla se cerró.
Volví a sentirme protagonista de algo importante que estaba por suceder, pasajero de una misión donde la vida y la muerte se jugarían a cada momento.
Quedé alojado en un recinto protegido, mi instinto me decía que estaba en un refugio seguro. A medida que las sombras se adaptaron a mi mirada curiosa, pude distinguir el entorno. Me encontraba adentro de una capsula donde tenía a mi alcance protección, calor y comida. Ya no me importaba saber dónde había aterrizado, decidí que por un tiempo seria mi hogar, presentí que al llegar a destino un futuro mejor me estaría esperando.
Recuperé el peso que había perdido, de solo desearlo disfrutaba los manjares más exquisitos que había probado alguna vez, nunca tuve ni hambre ni sed, mi panza llena hacía que mi corazón estuviese feliz. No me preguntaba como sucedía, sospeché que viajaba en una nave espacial, que del otro lado seres excepcionales me estarían esperando. Mi corazón latía acelerado, afuera las voces cada vez más sonoras me indicaron que había llegado a destino, la escotilla no tardaría en abrirse.
Me pregunté si tendría un recibimiento amistoso, si estaría preparado para cumplir con la misión. Esperé lo que había que esperar, confiaba en que ellos sabrían manejar los tiempos.
Fueron momentos tensos, segundos que me parecieron meses, me tranquilizó saber que todo acontecimiento importante necesita el tiempo apropiado.
Presentí que necesitaban de mi esfuerzo para abrir mi pasaje a un mundo nuevo, incierto y esperanzador. Empujé con todas mis fuerzas, escuché gritos que me asustaron, seguí esforzándome por salir, era mi última esperanza.
Con delicadeza pero mano firme el ayudante, luego de quitarme los restos de la sustancia de la cual estaba revestido el túnel, examinó cuidadosamente mi aspecto. Controló mis signos vitales, movió mis brazos y mis piernas, flexionó mis rodillas y chequeó mi capacidad de trasladarme solo. Aún no estaba preparado para semejante esfuerzo, el jefe, que vigilaba cada movimiento de su tripulación, hizo un gesto indicándole que era suficiente, me sentí aliviado.
Debían procurarme ropa adecuada para presentarme ante los monarcas que gobernaban el lugar. Ellos se mostraban felices de verme, sorprendidos tal vez por mi aspecto que suponía yo, era desastroso. La reina sonreía exhausta, como si recientemente hubiese atravesado una enfermedad terminal, sin embargo no había dudas de que era ella la que ejercía el mando. El rey ocupaba un lugar secundario, pálido y con cara de asombro me miraba como si fuera la primera vez que presenciaba el arribo de un ser extraño. Como un tesoro recién descubierto me presentaron ante ellos, sentí que el regocijo era mutuo. Mi cara no pudo expresar la felicidad que me embargaba, yo que venía de un espacio sin tiempo, donde la ausencia de uno mismo es intolerable, había vuelto a la vida. Como una semilla guiada por el viento o transportada en el plumaje de un ave, una minúscula parte de mi había germinado. Los brazos de mi reina me envolvieron, el perfume y el calor de su pecho me recordaron el aroma del hábitat que me cobijó cuando había perdido toda esperanza de volver a nacer.
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🙂
Me gustó el tema y la cuidada elaboración de la adjetivación
gran metáfora…. algo inquietante pensar que el final es un nuevo nacimiento. El no final, tiene su angustia. También parece la versión futurista de la reencarnación y eso es tan esperanzador como terrorífico……Muuuuuy buena idea y muy bien desarro0lladp