Otro del libro

¿Usted que piensa?

 

-Hacé lo que quieras Tiburcio, tu mamá ya no está y es tiempo que  busques tu propio camino, yo ya estoy viejo y tu hermana me ofreció ir a vivir con ella a Neuquén.

Para Tiburcio López fue un alivio, los últimos diez años los había dedicado al cuidado de su madre enferma y la opción era quedarse en la casa para hacer de carmelita cuidando a su padre o decidirse de una vez vivir solo.  Consiguió  un pequeño departamento tipo casa en el barrio de Liniers,  enfrente de la plaza a la  que los vecinos llamaban “la plaza del monito”.

A las ocho de la mañana entraba a trabajar en la tornería de su tío, salía a las cinco, volvía caminando, en el almacén de la esquina compraba fiambre y un poco de queso para el sándwich que todas las noches era su cena. A su monotonía se le había agregado la soledad, su único amigo era el televisor, lo encendía apenas llegaba y lo apagaba cuando el sueño lo vencía. Tiburcio era un tipo común, estaba por cumplir cuarenta años pero su atuendo lo hacía parecer mayor. Su forma de vestir lo confirmaba, pantalón marrón, camisa a cuadros cerrada hasta el último botón y mocasines marrones. La incipiente calvicie que intentaba cubrirse con el pelo que aún le quedaba en los costados de la cabeza, completaba la imagen de un tipo antiguo. -Tiburcio es un tipo sociable pero muy parco, decía la dueña de casa,  ¿Qué te parece para tu hija, Norma?

–Ni lo sueñes, ya me dijo que le parece una momia, respondía la vecina.

Tiburcio vivía ajeno a esos comentarios, su rutina se limitaba al trabajo. Cuando la tarde se presentaba soleada se sentaba en un banquito de la plaza, miraba a los chicos jugar, saludaba cortésmente a los vecinos pero no lograba tomar la iniciativa para socializar. Para Tiburcio la personas no eran más que parte de la escenografía de la plaza, un entorno propicio para enumerar la cantidad de razones por lo que se sentía un infeliz. Se imaginaba que era un personaje en blanco y negro insertado en un mundo de color que no le era propio, que no había elegido, que no lograba entender, tal vez por sus años de reclusión cuidando a una madre autoritaria aun en su agonía.

Una tarde en la que había comenzado a lloviznar, ideal para ver televisión, le llamó la atención un personaje singular con cierto aire intelectual, por su actitud se lo imaginó despreocupado y feliz. Sintió el impulso de acercarse a él para iniciar alguna conversación -se sorprendió de su iniciativa- pero el temor lo superó. La figura de ese hombre le imponía respeto, algo místico había en él que lo atraía pero ese día no se animó a abordarlo. Durante una semana lo observó, caminaba   entre los canteros, se detenía a charlar con los vecinos y hasta le pareció que desde lejos lo miraba. No le va a interesar hablar conmigo, trataba de convencerse para no tomar el riesgo de encararlo.

Una tarde, al volver del trabajo, tomó coraje y se decidió  a provocar el encuentro con “el señor de la cara sonriente” como íntimamente lo llamaba. Lo encontró sentado en un banco a la entrada de los juegos, se sentó a su lado como si lo hiciera todos los días. Él lo miró ampliando la sonrisa y le dijo:

-¿No le parece que ese edificio no debería estar allí?

-A que se refiere, respondió Tiburcio asumiendo que se dirigía a él.

-A esa mole que lastima el cielo con su altura y lo agrede con su arrogancia de vidrio y hierro. Trato de borrarlo de mi mente para disfrutar el barrio como era antes, con sus casas antiguas y los vecinos conversando en la vereda.

-Puedo imaginármelo, acotó Tiburcio, sorprendido de su propia respuesta.

-No, usted no es del barrio le recriminó mirándolo por primera vez, no puede imaginar lo que nunca vio. Volvió a perderse en lo que estaba observando. Entrecerró los ojos y  le preguntó:

-¿Usted piensa? ¿En qué piensa cuando piensa? La pregunta sonó inquisidora, Tiburcio respondió un poco indignado.

-Por supuesto que pienso.

-¿Y en que piensa, cuando piensa? ¿Usted piensa?, ¿Usted decide que pensar o sus pensamientos fluyen sin control? Tiburcio se sintió confundido ante la pregunta.

-Rápido, dígame lo que está pensando ahora, insistió el personaje.

-Estoy pensando que debo responder la pregunta pero no puedo hacerlo sin antes pensar bien la respuesta balbuceó Tiburcio dejando al descubierto su inseguridad.

-Y eso que me acaba de decir, ¿lo pensó o lo dijo espontáneamente?

-No sé, supongo que lo pensé, a esta altura de la conversación Tiburcio dudaba de lo que había afirmado.

Se quedó callado sabiendo que no debía ser él quien retomara el dialogo. Sintió que algo cambiaba en su interior, que a partir de ese encuentro no volvería a ser el mismo. Miró de reojo a su interlocutor para asegurarse que seguía  a su lado, ya no estaba, buscó a su alrededor y lo vio parado al pie de un árbol mirando entre sus ramas, como si se le hubiera perdido algo. Tímidamente se acercó, se detuvo a su lado intentando no interrumpirlo  observando en la misma dirección.

-Se me perdió un sueño dijo, asumiendo su presencia. Todos los días se me pierde uno y no vuelvo a encontrarlo. ¿Qué pensó?, ¿pensó?, le preguntó sin darse vuelta.

–        Mi mente quedó en blanco, cuando usted se fue había pensado algo pero ya lo olvidé.

–        Vamos bien, vamos bien, ¿conoce el dicho “El día menos pensado”?, ese puede ser hoy. Es bueno dejar la mente en blanco, los pensamientos afloran, se cuelan en el conciente en forma descarada sin importar nuestros juicios y valores, sin tener en cuenta lo que opinamos de ellos, si los dejamos fluir libremente seremos auténticos, sin importarnos que piensen los demás.

–        Pero sería un caos, intentó Tiburcio.

–        ¿Y ahora que es?, ¿un caos educado, actuado, pensado?, por eso me preocupa que piensa la gente cuando piensa. Los pensamientos se asoman desde nuestra mente en forma  natural, sin permisos, arrogante como un adolescente y a veces previamente decidimos transformarlos en palabras adecuadas, para salir bien parado. Le doy un ejemplo: Yo le presento a mi hijo recién nacido.

–        ¿Tiene un bebé?

–         No mi amigo, pero me atrevo a decir que fue un pensamiento que fluyó en usted sin censura. ¿no es así? Sigamos con el ejemplo, le muestro mi bebé, es feo y arrugado ¿usted qué dice, lo que piensa o lo que piensa que debe decir?

–        Por supuesto que lo segundo, para que hacerle daño.

–        Otro ejemplo, tenemos que hacer un negocio que a usted le conviene, sabe que soy del partido A y usted es del B,  yo afirmo que nosotros somos los más capaces, ¿usted que responde, lo que realmente piensa o lo que piensa que le conviene?.

–        Por supuesto que si no quiero perder el negocio, digo lo que me conviene.

–        Entonces ¿usted piensa o piensa en lo que piensa adecuándolo a las circunstancias?

–        Nuevamente  lo segundo

–        Se da cuenta en lo que nos hemos convertido, en individuos que no pueden vivir su propia vida sino la que su mente perturbada por egoísmo e interés le impone. Y lo peor, lo peor mi amigo, es que el vacío que no podemos llenar es por comportarnos de esa manera, ¿me sigue?

Tiburcio asintió sorprendido, lo había llamado dos veces mi amigo, ¿sería solo una expresión o había empezado a considerarlo así? Por no quedarse callado, respondió:

-¿De esa manera no tendríamos un comportamiento un poco primitivo?, estaríamos en constante conflicto, dijo Tiburcio.

Su “amigo” lo miró extrañado, por su expresión parecía que la conversación  terminaba en ese momento, levantó la mirada hacia el cielo como pidiendo ayuda divina  y volviéndose hacia Tiburcio volvió a preguntarle: -¿Usted piensa?, lo que acaba de decir me hace pensar que no. Nos hemos transformado en seres hipócritas, el conflicto está en nuestra dualidad de pensamiento, de que sirve la inteligencia si no podemos ser sinceros con nosotros mismos.

Por eso le pregunto ¿usted piensa? ¿Y que piensa cuando piensa?

Tiburcio le dio una respuesta pensada  -Pienso que mejor seria no pensar.

Al otro día, al volver del trabajo Tiburcio sintió un deseo irrefrenable de volver a buscarlo, no sabía cómo se llamaba, pero sería imposible no reconocerlo por su apariencia singular. Flaco, alto, como de sesenta años, con melena entrecana hasta los hombros, ojos celestes, mirada profunda. Vestía casi siempre un traje de verano muy suelto, los brazos colgaban a los costados de su cuerpo como si no fueran parte de él, las manos eran grandes y huesudas. Tiburcio apuró sus pasos temeroso de llegar tarde a una cita inexistente, nervioso, como si esa prisa le asegurase encontrarlo.

Pensó: Claro, me apuro porque no pienso lo que estoy haciendo o porque no pienso en ello antes de hacerlo o porque decididamente no soy un ser pensante.

Llegó a la plaza, miró entre la gente, fue hasta los juegos, lo buscó en la canchita que los chicos improvisaban en un cantero, no estaba. Decidió esperarlo en el mismo banco donde se habían encontrado la primera vez. Un murmullo llamó su atención, giró  hacia donde venia el ruido y lo vio sentado en el medio del césped rodeado de chicos que no superaban los diez años, les hablaba entusiasmado y ellos prestaban atención como si les estuviera contando el mejor de los cuentos.

-¿Que pensó?, lo sorprendió distraído.

-¿De lo que hablamos ayer?, preguntó Tiburcio

-No, que pensó hoy, ¿pensó? ¿Usted piensa, no? le dijo sonriendo

Tiburcio resopló, la tarde vendría cargada como los nubarrones que auguraban una lluvia segura.

-Acompáñeme hasta la esquina, otro sueño vio.  Al llegar señaló un árbol centenario. -Esta vez fue aquí, hace un rato, era el mejor sueño que tuve en los últimos días. Su mirada estaba triste, sus ojos brillosos contagiaban melancolía. Se sentó en el borde del cantero de piedra, alargó su mano huesuda hacia Tiburcio y le dijo: encantado, Livio.

Livio comenzó a formar parte de la vida de Tiburcio. Todas las tardes caminaba hasta la plaza para encontrarse con él. Sin preguntas había dicho Livio, solo mi nombre. Tiburcio  sospechó que no era el verdadero pero no le importaba, era suficiente con saber como llamarlo.

Por la noche Tiburcio López tomaba notas de sus encuentros con Livio.

“Me asombra de Livio sus continuos interrogantes y sus sueños perdidos que nunca me revela. Repentinamente, como quien pierde una joya valiosa se le esfuman, dejándole una tristeza que me contagia y nos lleva a momentos cargados de melancolía. Su apasionado interés por el pensamiento en todas sus variantes me provoca. Livio disfruta desmenuzando los pensamientos de los demás pero es esquivo cuando  me quiero meter en los suyos.”

Tiburcio había cambiado casi sin darse cuenta, los encuentros con Livio lo hacían sentir más seguro, ser el interlocutor de un personaje tan especial lo llenaba de orgullo. Su vida ya no sería inútil como sentía  unos pocos días atrás. Con los encuentros de cada tarde Tiburcio alimentaba su  espíritu opaco, desteñido como las viejas camisas que usaba. Livio era implacable, constantemente lo desafiaba a que pensara, no admitía que la conversación tomara otro giro, esas eran las reglas y Tiburcio estaba dispuesto a cumplirlas para contar con su compañía.

-El pensamiento mi amigo, el pensamiento, murmuraba Livio. Cada vez que lo llamaba amigo la estatura de Tiburcio crecía.

-El pensamiento nos distingue del resto de los seres vivientes, sin embargo no sabemos si los animales lo hacen. Pensar, que es pensar. ¿Que piensa al respecto?, porque… ¿Usted piensa?

-Pero mire en que brete me pone Livio, definirle a usted justo algo sobre el pensamiento.

-No pido que me defina nada, solo piense y cuénteme

-Yo pienso que fuimos incorporando el pensamiento para describir el entorno, para situarnos en nuestra realidad. Posiblemente el pensamiento sea una evolución del instinto. Algo en nuestro cerebro se modificó para que comenzáramos a pensar, a interrogarnos sobre lo que somos, de donde venimos y todo lo demás

-Si, todo lo demás.

Tiburcio López de vuelta en su casa retomaba la escritura:

 “Livio no pretende emular a los grandes pensadores ni establecer fundamentos ni doctrinas. Él me obliga a pensar y eso para mí es suficiente, me arrancó  de mi letargo de rutinas y preocupaciones vanas, para sumergirme en el mundo insondable de la mente y los pensamientos. Es como volver hacia mí, hacia mi esencia, lo único importante porque sin ella  definitivamente no soy.”

-Livio, preguntó un día Tiburcio, ¿que pasa con los pensamientos que no verbalizamos, se mueren dentro de nosotros?

La respuesta fue obvia, ¿usted que piensa?

Me gustaría saber lo que piensa usted, se atrevió Tiburcio

-Pienso que no se me había ocurrido pensar en eso

-Pero podría pensarlo, insistió Tiburcio.

-Si usted me lo pide si, pero no estaría pensando por mí sino introduciendo una idea en mi mente porque usted me la propone.

– Pero puede pensar sobre la idea

– Puedo, dijo mirando extasiado hacia la calle. Hace dos días.

-¿Que pasó hace dos días?

-El jacarandá, floreció

-Pero eso no le pregunté, dijo Tiburcio

-Cuando algo florece es el momento de no pensar y rendirse ante la belleza de la vida solo para observarla, sentenció Livio.

Esa era la respuesta, era inútil tratar de obtener algo más.

-Las experiencias no se analizan, continuó diciendo, son solo eso, suceden y ya. Lo importante es que luego  sigamos pensando, es lo único  útil que podemos hacer en esta vida, pensar, pensar y pensar.

Tiburcio más animado le preguntó: -¿eso lo pensó?

-Va aprendiendo rápido, la cara de Livio mostraba satisfacción. -En realidad no lo pensé, tampoco lo dije por decir. Ve, usted me ayudó a encontrar una nueva dimensión del pensamiento.

-¿Cuál es? preguntó Tiburcio entusiasmado.

-Vea, como dijimos, uno piensa lo que quiere pensar y también le fluyen ideas que no había pensado. Bueno, ahora descubrimos otra forma que podríamos definirla así: ideas ya pensadas anteriormente que quedan grabadas en alguna parte de nuestro cerebro y luego las decimos sin pensar.

Tiburcio se rascaba la cabeza frunciendo el ceño, estaba confundido, intentó pedirle que se lo explicara nuevamente pero, Livio se había recostado en un banco y parecía dormido. Parecía, porque con los ojos cerrados murmuró: -Dejémoslo para después, relájese un rato. Tiburcio obedeció.

 

Como todos los días Tiburcio López tomó por  el sendero que conducía al banco donde solían verse. Livio conversaba con una persona sentado en el borde de la fuente. Tiburcio no llegó a sentarse, se quedó inmóvil, tuvo un sentimiento no habitual en él: traición. Livio había disminuido el tiempo que pasaba con él, la pérdida de exclusividad le molestaba. Pero esto era otra cosa, Livio había encontrado otro partenaire para sus reflexiones. Permaneció parado junto al banco para que se percatara de su presencia, al verlo Livio le sonrió y continuó con su charla. Tiburcio no pudo dejar de mirar como conversaba animadamente con un extraño expresándose con el mismo entusiasmo que en sus primeros encuentros. Por un momento se sintió desesperanzado como antes de conocerlo. ¿Habría dejado de ser interesante para él?, quizás pensaba que no había aprendido nada y que por eso buscaba otro interlocutor para compartir sus pensamientos. Cerró los ojos, no supo cuanto tiempo estuvo así hasta que lo escuchó acercarse y detenerse frente a él. Con temor levantó la mirada, la ternura que expresaban sus ojos lo conmovió, sintió a Livio. -Ya lo sabe, le dijo con voz apagada, no podemos volver a vernos. Tiburcio no atinó a preguntar por qué. Supo en ese momento que debía seguir solo, que Livio había sido el motor para su cambio y que otros esperaban su turno. Se levantó y lo abrazó muy fuerte, como se abraza a un amigo, eso eran. ¿Listo para seguir? Interrogó Livio,

¿Usted qué piensa?,  respondió Tiburcio.

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