Desde la ventana

Desde la ventana

Don Juan miraba por la ventana hacia la calle, la mañana fresca invitaba a caminar bajo los rayos del sol que atravesaban la copa de los árboles y caían sobre el asfalto dando destellos de colores. Lentamente la humedad del rocío matinal se evaporaba y el nuevo día mostraba su esplendor.

Juan observaba como Doña Rosa barría prolijamente la vereda. Juan sabía que sacar las hojas caídas durante la noche era una excusa, ella disfrutaba barrerla. Con ritmo acompasado acariciaba con su escoba nueva cada una de las baldosas como si las volviera a esculpir, definiendo su forma con cada pasada. La escoba era su instrumento principal para componer la sinfonía de la vereda limpia, impecable, la mejor de la cuadra. Una vez que terminaba se paraba en la puerta de su casa mirando hacia un lado y hacia el otro imaginando el aplauso de sus vecinos. Desde el escenario barrial recibía los vítores y agradecía con una reverencia mirando hacia la ventana desde donde Juan la observaba.

A Juan le llamó la atención que no abriera la verdulería, siempre lo hacia bien temprano y ese día siendo casi las ocho de la mañana todavía estaba cerrada. A esta hora los cajones estarían apilados sobre la pared simulando una escalera. Su contenido se llenaba de los colores que le daban las diferentes frutas y  hortalizas  Algunos días los tomates eran grandes y de un rojo intenso, el verdulero los acomodaba debajo de los pimientos verdes y amarillos. Más abajo formaba un composé de repollitos de bruselas, papines y tomates cherry y arriba de ellos, imponentes, dos zapallos grandes, enormes, abiertos por la mitad. Del otro lado de la entrada,  manzanas rojas y verdes, peras rodeadas de bananas de distintos tamaños, duraznos y pelones. Las sandias caladas exponían su dulzura color fucsia rematada con semillas ocres. La verdulería no podía estar cerrada, algo grave debía estar pasando, una desgracia, como si la vecina de enfrente no hubiese barrido la vereda.

El tráfico se hacía más intenso por la calle que alguna vez había sido de tierra y solo la surcaban carros tirados por caballos. Una línea de colectivos la recorría y unos pocos automóviles que se dirigían a la avenida. Juan los reconocía  y hasta le parecía que algunos lo saludaban con un guiño de sus faroles delanteros, otros moviendo la antena o bajando y subiendo el parasol interior. Juan sospechaba que no era real pero por las dudas les respondía moviendo su manito arrugada.

Don Juan escuchó los pasos de su nieta, el desayuno estaba listo, se puso la bata y cuando cerraba la ventana  a través del vidrio le pareció ver un movimiento, su cara se iluminó con una gran sonrisa, de esas que dejan ver un pedacito del alma, el verdulero estaba acomodando los cajones.

1 comentario en “Desde la ventana

Deja un comentario