-Abarcar lo insoportable nos hace desdichados, remueve nuestras raíces e impulsa rencores que una vez instalados corroen hasta lo más íntimo, dejando solo hojas secas donde hubo piel y troncos ahuecados donde hubo huesos-.
El rostro de Clarita entre asombrado y perplejo releía la frase que su primo compartía en el muro, tenía seis me gusta y un comentario bromeando sobre lo cursi de la leyenda.
Sin dejar de mirar la pantalla, apuró un trago de vino blanco con el solo objeto de acelerar el tránsito hacia el estómago, de la rodaja de salamín que segundos antes había engullido con un trozo de pan tostado.
¡No lo soporto!, el sonido de su voz se confundía con el ruido de sus dientes, que intentaban terminar de masticar los restos del embutido que aún no había tragado.
Es más de lo que mi inteligencia puede procesar vociferaba, salpicando el teclado de la notebook, con una lluvia de migas de pan grasientas. Es una regresión continuaba, o peor, una renuncia a siglos de evolución, ¿en que nos hemos convertido?, ¿qué somos, salvajes?, se interrogaba mientras con la manga del camisón sacudía las migas que habían quedado pegadas en la inocente computadora.
La noticia había recorrido miles de kilómetros a través de las redes sociales. Nadie podía creer lo que estaba sucediendo. Me gusta, clickeaban algunos, esa nota tímida de aprobación que tanto nos cuesta manifestar personalmente. Comentarios diversos reflejaban lo enfermizo del ser humano cuando asiste a la degradación de su especie en su máxima expresión.
-Pongan no me gusta pelotudos, gritaba Clarita intentado en vano que su voz pudiese resonar en la página de Facebook con la intensidad y la potencia que todavía los canales virtuales no pueden transmitir.
Desde que el hecho se produjo, hasta que la noticia recorrió el mundo, habían transcurrido solo dos minutos. Segundo tras segundo la indignación aumentaba y si, por un solo instante, la bronca transmitida a través de la escritura se pudiese transformar en una horda enfurecida, esta hubiese arrasado una ciudad y sin ánimo de exagerar un país o un continente.
Con cada sorbo de vino Clarita se exasperaba aún más. Sus amigos y los amigos de sus amigos colgaban fotos en sus muros que reflejaban parcialmente lo sucedido. Se sumaban videos reproduciendo supuestas imágenes borrosas del desastre, sumado a un audio de pésima calidad que solo lograba confundir más. En un vano intento alguien subió un dibujo que pretendía simular el hecho, trazos tensos y confusos como la situación a la que se enfrentaban, a tono con el terror que se había generado. No faltaron los comentarios irónicos sobre la habilidad del autor del dibujo, uno de ellos lo alentaba en anotarse en un curso de las Academias Pitman.
Como compensación a tanta angustia aparecieron las frases esperanzadoras. Citas de San Agustín, la madre Teresa y el pastor Giménez alentaban a seguir por la buena senda. Las infaltables imágenes religiosas invitaban a sumarse a una cadena de oración para que la paz habitase en los corazones erosionados por la temprana desgracia.
No faltaron los que proclamaban el fin del mundo anunciado por los mayas. Otros aseguraban que lo que sucedía estaba en consonancia con las profecías de Nostradamus y las predicciones de Horangel y Ludovica Squirru.
Agrupaciones políticas de izquierda aseguraban que el acontecimiento se había producido por abusar de las recetas facilistas del Fondo Monetario Internacional. Reclamos por el cambio climático, la contaminación de los mares y la extinción de diferentes especies se sumaron al desconcierto. Los rezagados que recién se conectaban exigían saber de qué se trataba. Algunos pedían participar del sorteo, otros insistían en saber si estaban regalando entradas para el recital de Madonna y una mujer ofrecía zapatos de la fábrica donde trabajaba su prima.
El caos se replicaba en Twitter, Instagram y el resto de las redes sociales. En Taringa ofrecían bajar un juego que emulaba la catástrofe con personajes de Star Wars.
Ansiosa por saber más Clarita encendió la tele, los noticieros transmitían los informes de sus corresponsales en el lugar de los hechos, donde podía verse a una supuesta víctima testimoniando entre sollozos, lo que una vecina le había contado por teléfono.
¡Un caos!, gritó Clarita fuera de sí, no lo tolero más, no puedo agregar más angustia a mi existencia. Su hijo desde la habitación contigua chateaba con un amigo, ajeno a lo que sucedía. Al escuchar los gritos de su madre le envió un Whats App, -podés cerrar la puerta-, escribió.
Para terminar de desquiciarla un mensaje de texto de su marido la alertó sobre la reunión en el colegio de la nena.
Se dejó caer exhausta en el sillón del living, miró hacia la mesa, todavía quedaba media copa de vino y una rodaja de salamín en el plato.
Y yo quiero saber!!!
Sería algo igual o menos desquiciante que la reunión en el colegio ?
Jajajaja buenisimo