Destino Incierto

Damián no había cumplido dos años cuando a su padre lo transfirieron a la embajada argentina en Londres. Si ese episodio fortuito e inesperado para la familia no hubiese ocurrido, habría conocido a Camilo, su vecinito del cuarto B. Cada mañana, tomados de la mano, atravesarían la plaza camino al  jardín de infantes del colegio Sagrado Corazón donde la seño Verónica los esperaría con una sonrisa. Con el paso del tiempo compartirían la primaria.

Si el ascenso y cambio de destino de su papá se hubiese abortado, porque a último momento su puesto fuese requerido para el amigo de un superior, Damián, entrado en la adolescencia, hubiese intervenido en los torneos de la escuelita de futbol y de destacarse, lo elegirían para probarse en algún club de primera división. Forjaría lazos de amistad que creería blindados a los avatares del tiempo, lo acecharían las vecinitas del barrio y tal vez, como suele suceder, un amor adolescente frustrado le dejaría una huella que solo el tiempo lograría curar.

Terminada la primaria cada uno emprendería distintos caminos, Damián, siguiendo la tradición familiar ingresaría al Nacional Buenos Aires y Camilo tal como su mamá lo había soñado, entraría al seminario. Se habría destacado como sacerdote, él era quien mediaba entre los compañeros para restituir la paz en una pelea, compartía la merienda y a pesar de ser un gordito goloso también los caramelos. Su carisma le abriría las puertas de un obispado y tal vez hubiese llegado a cardenal si no fuera porque una noche, cuando viajaba con sus padres a visitar a sus abuelos a la ciudad de Córdoba, el Renault 4 se estrellaría con un camión que circulaba de contramano. El traslado de su padre le evitó a Damián sufrir la pérdida del amigo y evitar enterarse de un suceso que para él nunca ocurrió.

Damián continuó sorteando los sufrimientos, aquellos que dejan cicatrices profundas, marcas indelebles que forman la personalidad.

Al llegar a Londres, quedó bajo los cuidados de una institutriz inglesa que con paciencia fue desarmando el escaso vocabulario de su castellano natal.

A los cuatro años ingresó a Colegio Saint George. Cada mañana el autobús lo recogía en la puerta de la embajada donde su padre y su madre lo despedían con un beso frio y distante, preludio del nuevo mundo al que se debía acostumbrar.

Al  Camilo que no llegó a conocer lo reemplazó Richard, un pelirrojo con cara de tomate perita y dientes atravesados por alambres de metal plateado. Sería el vehículo para integrarse a las nuevas costumbres, a la formalidad del uniforme, la severidad de las maestras y la insoportable perfección británica.

El rancio protocolo diplomático pronto lo familiarizó con el trato servil de los subalternos de su padre, más propio de un príncipe que de un pibe de barrio. El rugby y el cricket le hicieron  olvidar las primeras pataditas suaves que le daba a la pelota sobre los canteros gastados del parque Las Heras.

Cuando se hubo transformado en un proyecto de lord inglés,  antes de terminar la primaria, llegó el ascenso y nuevo cambio de destino de su padre, esta vez  como cónsul general en la parte occidental de la ciudad de Berlín, que había quedado en manos de los aliados. El traslado le impidió conocer a Solange, quien hubiera sido su primer amor de adolescente y la fértil carrera diplomática de su padre evitó que sufriera el terrible desengaño que le hubiese producido encontrar a la rubia, bella y desafiante, besándose con su mejor amigo en el baño del colegio.

Otra vez Damián eludía el destino, los cambios comenzaban a abrumarlo, sentía el vacío que produce el desarraigo,  el futuro se transformaba en una quimera.

Durante los años de la guerra fría cursó la secundaria en el Canisius-College, donde conoció a Gunther, compañero inseparable y compinche de las travesuras que unos padres más presentes nunca le permitirían. Solían recorrer las ruinas de las afueras de la ciudad donde los sobrevivientes de la guerra trataban de  reconstruir lo poco que quedaba en pie. Pero otra vez el destino le tenía reservada una sorpresa. A su padre lo requirieron de la cancillería en Buenos Aires, sus tiempos de bonanza se habían acabado. Sin embargo, el regreso a su ciudad natal, hizo que no pudiera compartir con Gunther la aventura de investigar  los restos de una chacra abandonada en las afueras de Berlín. Volver, lo salvó de morir junto a sus amigos víctima de la explosión de una de las tantas minas que los nazis habían sembrado en la retirada.

La permanencia en Buenos Aires fue breve, apenas dos años donde estuvo recluido en un colegio pupilo, el golpe de estado se tomaba revancha sobre aquellos que habían adherido al régimen anterior y para la familia era prudente pasar desapercibidos. Ese periodo de ostracismo y de buena conducta catapultó a su padre como cónsul en la ciudad de Puebla, México y al poco tiempo como agregado cultural en las  Naciones Unidas. En Nueva York Damián asistió a la universidad de Columbia donde si no fuese porque con el regreso a la democracia, a su padre  le asignaron la embajada en Honduras, hubiese conocido a Karen con quien se casaría y tendría dos hijos.

Pasaron algunos años, Damián se recibió con honores y un año después logró la maestría como doctor en Relaciones Internacionales. El nutrido curriculum le permitió  ocupar como era tradición en su familia, el lugar de su padre retirado tempranamente del servicio diplomático. No había cumplido veinticinco años cuando  fue destinado como asistente del embajador en Caracas. Fueron apenas seis meses.

Cansado de ser un trashumante Damián decidió adueñarse de su futuro, renunció al servicio diplomático y concursó para la catedra de Educación Democrática en el colegio Sagrado Corazón, donde, si su destino no hubiese sido incierto, lo hubiesen visto crecer.

Todas las tardes, al salir del colegio lleva a su hijo al mismo parque que lo vio corretear cuando tenía esa edad. Mientras disfruta su carita asombrada y feliz, sentado en el banco cerca del arenero, se imagina que si aquella tarde el Camilo que no conoció, no hubiese viajado con los padres a visitar a su abuela,  estaría a su lado compartiendo el destino del que esta vez, se había apropiado. 

2 comentarios en “Destino Incierto

  1. Bellísimo….. Emotivo, inteligente….. las vueltas de la vida son eso, lo que se pierde y gana, casi al mismo tiempo…… ya no somos tan jóvenes y poder hacer convivir nostalgia con poesía te da como resultado esta chispa de vida que, por suerte,se disfruta

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