La despedida perfecta
Bajé a la playa, mi tía Beatriz se cocinaba al sol desde bien temprano.
-Venite unos días me decía en el mail, Miramar sosiega el espíritu, necesitás descansar y olvidarte de esa guacha; hiciste bien en separarte, nunca me gustó Sofìa, ya te voy a contar lo que se decía de ella en la peluquería-. Se refería a mi ex, la muy puta me engañaba con su jefe, -de libro-.
-Los cuernos son un sombrero que le queda bien a otro, me repetía mi amigo Julio, ¿qué tamaño deben tener los tuyos para que te des por aludido?
La pregunta-respuesta me hizo reflexionar y exigirle a Sofia que tomara una decisión. Me lo negó durante tres días, al cuarto estaba viviendo con la madre. Se llevó todo lo que teníamos que no era mucho, me dejó el muerto del alquiler y las cuentas que la turra por descuido o calculando el final no había pagado.
Me eché en la reposera y traté de concentrarme en una novela de Stephen King, las clásicas para lo que no leemos nada durante el año. Mi tía escondida detrás de la Caras pasaba revista a la actividad de la playa.
En el sector de la playa donde mi tía alquilaba la carpa, contrastaban los adolescentes musculosos y pendejas de carne firme con los jefes de familia que intentaban vanamente que sus panzas se alinearan con el pecho. Las veteranas, pequeñas accionistas de la industria plástica, exhibían orgullosas sus nuevas adquisiciones. Del libro alcancé a leer un par de páginas porque sin anunciarse “ella” se hizo presente.
Cada mañana, Eva, (así la llamaré), emergía por detrás de las carpas, a su paso el mundo se derrumbaba. Su andar sugería que solo importaba el trayecto y que el barcito de playa hacia donde se dirigía era solo el punto de partida para su regreso. Nadie se atrevía a interrumpir su marcha, ocultar una franja de esa hermosura era un sacrilegio, un pecado imperdonable. Los hombres quedaban paralizados y las mujeres evitaban ser víctimas de una comparación desfavorable. A medida que avanzaba por el sendero Eva definía con su cuerpo la forma del entorno, su andar generaba una suave brisa perfumada. Emulando a una amazona, marchaba arrogante exhibiendo el poder de sus armas, dejando a su paso un vendaval de placer, una fiesta para nuestros ojos asombrados. Luego, su retirada triunfante, su partida que desquiciaba mi cordura.
Un día tomé coraje y me animé a coincidir con Eva en el barcito, había calculado previamente los tiempos de su recorrido. Me ubiqué detrás de una nena que me servía de pantalla para observarla de cerca sin que lo notara. Traté de ser discreto, miré hacia la caja mostrando un apuro que no tenía mientras acumulaba de la góndola boludeces como para una semana. Temí que los que esperaban su turno se dieran cuenta de mi nerviosismo, que mi forma de mirarla llamara la atención de algún conocido y se lo advirtiera. Cuando pasó a mi lado me sonrió, no sé cuánto tiempo estuve embobado mirándola.
— Ya se fue, el comentario de la vendedora interrumpió mi éxtasis. –Que baboso, dijo una vieja con cara de orto. –Bien que te gustaría estuve a punto de responderle pero, para que privarme de los últimos centímetros del cuerpo de Eva perdiéndose entre las carpas.
La playa se redujo al espacio donde me apoltronaba para verla pasar todas las tardes, simulaba leer. Mi tía Beatriz empezó a sospechar o al menos eso me pareció. Su mirada inquisidora me sugirió que cambiara de posición la reposera. La ubiqué mirando al mar, por un momento me entretuve con unos adolescentes jugando a la paleta hasta que detecté que mis vecinos de carpa no sacaban la vista del pasillo. Sus miradas lascivas, sus comentarios irrespetuosos cuando Eva hizo su aparición me hirvieron la sangre. ¡¿Qué miran?! Grité furioso, ¡yo la vi primero!, proclamé desaforado. Mi tía Beatriz continuó leyendo la Caras como si nada, los tipos para disimular ante sus mujeres sonrieron, uno de ellos hizo un gesto dirigiendo su dedo índice a la sien. ¡Si, estaba loco, más que loco, caliente!
Usted me pidió que describiera los acontecimientos y fueron tal cual se los acabo de relatar. Me abandoné al placer de verla, de imaginar tan solo una posibilidad de acercarme y rendirme a sus pies. Pero le aseguro que fue más de lo que mi cerebro pudo tolerar. No sé si es casada o soltera, cuántos años tiene, si la veré el próximo año. Lo que sí sé, lo que no podré borrar jamás de mi mente, es que nunca vi un culo como ese.
Era como si no formara parte de ella, como si tuviese vida propia. Un culo firme, provocador, altanero, sublime. Un estandarte que Eva enarbolaba al alejarse, una despedida perfecta. Un culo desafiante, esférico, tan insolente que provocaba darle unas palmadas. En ese momento consideré injusto que no me perteneciera. No sé si logro explicarme Sr Juez, tan perfecto que no tuve dudas que mis manos eran el recipiente justo para contenerlo. No quise mordérselo, mi intención fue solo rozarlo con mis labios pero en ese instante sentí que debía apropiármelo, adentrarme en ese durazno rosado, jugoso y apetecible.
No pude dejarlo para el fin de semana. Ya lo leí. Muy bueno. Sigo siguiéndote.
Jajajajja….. muy lindo, muy tierno….. mirá la cantidad de veces que podíamos haber caído en cana!!!! También muy poético….»el barcito,…. era solo un punto de partida para su regreso…..definía con su cuerpo la forma del entorno……dejando a su paso un vendaval de placer» En ella estoy mirando todas las Eva de nuestra adolescencia…