Entré al velatorio, me pareció un lugar despojado, ausente de recuerdos, gélido como las salas de espera de los hospitales donde los familiares aguardan una noticia alentadora. -Está mejor, mañana le damos el alta, nos comunica el medico sonriendo. Suficiente para conciliar el sueño y seguir esperando.
Otras veces suena la temida frase, –no pasa de esta noche-.
Los velorios son el punto de partida para transitar el duelo, cada hora es distinta, lentamente el muerto muta de persona a cadáver. Mirarlo una y otra vez destruye los pocos vestigios de esperanza de que no sea él, que estemos viviendo un sueño. A medida que el tiempo transcurre, el sufrimiento cede, las muestras de pesar animan, las emociones se estabilizan hasta el deseado momento en que el ataúd se cierra y todo termina.
Previamente recibí un llamado; acaba de morir dijo la voz, sonó como una sentencia.
¿Quién? pregunté, usando el disimulo como estrategia, número equivocado, me apresuré en agregar.
¿Usted fue Mauro?, la voz sonaba irónica y satisfecha.
El mismo que viste y calza, vivito y coleando, debe estar confundida, hay tantos Mauros.
Desde hoy hay uno menos-, la frase sonó como un epitafio.
No me entregaría sin pelear, me había prometido que cuando llegara la hora de morir, no moriría. Estaba dispuesto a luchar por conservar mi humanidad, por lo único tangible que me permite ser persona, no me resignaría a mi propia ausencia.
Fui recibido por una mujer vestida de negro con el pelo canoso recogido en un rodete. Su aspecto se asemejaba a un ama de llaves, las que solemos ver en las películas de terror, sin duda el dueño de la funeraria había realizado un casting riguroso.
¿-Donde velan a Mauro Villalba? pregunté, afirmándome en la presunción que disimulando torcería la realidad. –Es un largo trayecto, resígnese, todo seguirá su curso-, la gélida mirada de la anciana me indicó el camino.
Me deslicé hacia donde me velaban, me encendía y apagaba como un semáforo intermitente, el contenido del ataúd me atrajo como un imán y al acercarme el parpadeo se espació. La entidad en que me había convertido bregaba por integrarse al cuerpo frío que aún conservaba su aspecto. Contemplé lo inútil de mi existencia, el cuerpo rígido como la madera que lo contenía, insignificante como la vida del carpintero que la construyó.
Como un deudo más me miré compungido, por fuera la piel se tornaba amarilla y por dentro la sangre se enfriaba. Desde esta perspectiva confirmé que la vida es un peregrinaje inútil, años de acumular conocimientos experiencias y emociones para que nuestro destino se resuma en un cuerpo rígido, un combo de carne y huesos que en pocas horas será alimento para los bichos que habitan bajo la tierra. Miré hacia los costados, nadie escuchaba mi filosofía barata.
Al alejarme de la capilla ardiente volví a encenderme y apagarme como una lámpara floja. Gustavo conversa con mi hermana, recuerdan las fiestas familiares cuando nos escabullíamos al galpón del fondo de la casa de la abuela a contar cuentos de miedo. Sofía escuchaba los relatos tomada de la mano de Gustavo, cuando crecieron dejó de hacerlo, pudor de primos culposos. Mi historia favorita transcurría precisamente en un velorio donde el personaje central se visitaba a sí mismo, era el muerto y a la vez el deudo. Nunca supe si lo había leído o inventado, era tan real como ahora. Me mezclaba entre la gente que percibían mi presencia pero no lograban verme.
Con la esperanza de que me escuchen o solo para descargar mi angustia les digo: -No gasten saliva en compadecerme, valoren el tiempo que les queda, tarde o temprano enfilarán hacia la salida, el cuerpo al que tanto se aferran se corromperá como un pedazo de carne fuera de la heladera. Seguramente mañana pedirán turno para hacerse un chequeo, por un tiempo serán más prudentes al cruzar la calle y se cuidaran en las comidas. Les durará poco, íntimamente intuyen que el camino no tiene bifurcación posible.
Sofi desvió la mirada hacia donde yo, como un relámpago, me había encendido nuevamente. Percibió la estela que deje a mi paso, solo por intuición introdujo los dedos en la sombra espesa pero nada sucedió, su expresión pasó del asombro a la pena, de la esperanza a la resignación.
Mónica charla animadamente con Ricky, el guacho siempre le tuvo ganas y no es de los que pierde el tiempo. Me vino a la memoria, que aún conservo, nuestra época de adolescentes, siempre estábamos al acecho de lo ajeno. Nos sentíamos vencedores de una contienda donde el oponente no participaba. Disfrutábamos la adrenalina al cruzarnos con los maridos engañados, éramos poseedores ilegales, sin papeles y sin rutina.
Sintieron la ráfaga que produje al pasar frente a ellos, a esta altura era como una bandada de luciérnagas. Miraron hacia el cajón para corroborar que el muerto estaba en su lugar. En cambio yo sentía aun la sangre corriendo por mis venas y cierta actividad en mi cerebro desconectado.
Nunca acepté que el cuerpo deje de funcionar, cuando trataba de imaginar el final, -la frontera entre la vida y la muerte-, mis neuronas entraban en cortocircuito, mi cerebro se reiniciaba como un ordenador con el disco lleno. Durante las noches transitaba entre la vigilia y el sueño para descubrir ese instante fugaz donde todo termina. Buscaba una razón, una formula todavía no descubierta, un nuevo paradigma.
¿Cómo fue?, pregunta una vecina con sonrisa morbosa. Era tan joven, gracias a dios no sufrió, agrega abusando de la gratuidad de los comentarios.
-¿Que mierda sabés si no sufrí?, mi grito sordo endureció su rostro.
¿Donde lo llevan?, continuó con esmero digno una movilera de televisión.
Donde me lleven me vas a encontrar pronto, le susurré al oído.
Con la excusa de preparar café mi viuda desapareció en la cocina, Ricky miró hacia los costados y fue tras ella, la idea de que mi espíritu estuviese rondando los calentó. Unas horas antes me acariciaba la mano, su llanto era tan desgarrador que yo me esforzaba para no morirme. Le pedí que escuchara mi última voluntad. -Que me cremen, le supliqué exagerando mi agonía, no se te ocurra gastar en un funeral, directo al horno y no te molestes en pedir las cenizas, te van a dar cualquier montoncito.
Espero no me haya escuchado, ¿para que consumirme entre las llamas?, quiero que me entierren en el fondo de casa, debajo del rosal. Devolverle a la tierra lo que le pertenece, ser abono, fertilizar. Resucitar como un tallo erguido, orgulloso, fálico. Que me broten hojas, florecer, marchitarme y regresar en la próxima primavera.
El velorio decae, las lágrimas escasean, los chistes reemplazan a la tristeza. Soy el homenajeado pero lo único que puedo hacer es recibir los besos que devuelvo con las mejillas heladas como un mármol. No somos nada, la frase se repite como una letanía
Mónica llora, mis hijas lloran, todos lloran, que más pueden hacer, ojalá yo pudiese llorar mi propia muerte abrazado a ellas. Así pasarán la noche y en la mañana no podrán soportar el olor nauseabundo que emanará de mi cuerpo corrompido, rogarán para que cierren el cajón y lo despachen como un mueble viejo.
El tío Enrique deambula en la sala guiado por el Alzheimer, todavía no cayó en la cuenta que pronto recibirá la llamada. Oscar, el hermano de Mónica murmura,
-Qué hecho mierda está Rubén, mirá la tía Graciela, pensar que me hacia el bocho con ella-. Es el final, un velorio común y corriente. ¿Porque sería distinto?, soy uno más de la lista, un muñequito con el que dios juega a los bolos.
En mi deambular, ya sin esperanza me detengo frente a la tía Rosa. Para ella la muerte es un acontecer de la vida, una definición filosófica, aunque reconoce que de vez en cuando reza. Tiene apoyada la cartera sobre su falda, el brillo en sus ojos revela que estuvo llorando o son lágrimas que no se atreven a salir para no arruinar su compostura.
Parpadeo por última vez, Rosa me atraviesa con la mirada, un poco molesta me dice: –Nene volvé al cajón, no hagas papelones.
Le hago caso, me dejo llevar, como si fuera un molde el cadáver me contiene. Percibo cierta sensación de alivio, el que se siente cuando las cosas son como deben ser.
Me encanto,me gusta la morfología del relato y me alegra que lo hayas logrado
Gracias hermanita!!!
Ahora si lo leí, muy tuyo el estilo y la historia, como un dejo de tristeza pero a la vez con ironía, me gusto mucho! Quiero leer mas!
Muuuy, muy bien escrito Hector…. entre el sarcasmo y una nostalgica ironía. No sabía que escribìas…. te felicito….. «usted que piensa» es un libro que publicaste?
Si, si lo queres te llevo uno cuando nos veamos
Hace mucho que no entro en tu sitio. Hoy comenté el último cuento 6/11/2015…. Claro que me encantaría que me traigas tu libro y que nos tomemos un café
Me encantó! y ahora que me registré y te sigo , ya estoy esperando el próximo post!